Tras este extraño asueto estival se augura un otoño desolador. Los datos sanitarios y económicos son de realismo trágico pero aquí estamos a otras cosas. Unos, nerviosos por el horizonte judicial que atisban, desvían el tiro hacia el victimismo maniqueo y alientan el repudio del ... emérito y el borrado de su nombre del callejero, como se hacía en los jeroglíficos a los faraones caídos en desgracia. Otros a purgar el aparato porque ya sabemos que un buen militante y más si es portavoz ha de ser como el muñeco de un ventrílocuo, que el que se mueve no sale en la foto. Y el resto de vacaciones.
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Lo natural cuando la economía se encabrita es que la sociedad ponga el grito en el cielo y se encabrone con los que no consiguen frenar esta hemorragia de parados. Pero la gente está inerme y sigue a Moisés por el desierto, encomendada al maná del subsidio y la subvención. Cuando llegue.
Atrofiado el pensamiento crítico queda el campo libre a demagogias y apariencias. Volverá el sermón de la montaña en televisión porque saben que el futuro del país está al albur de la telegenia, de las encuestas y las audiencias. Lo fundamental es resistir y salir de esta como sea amarrándose al poder como Ulises al mástil del barco en la costa de las sirenas.
Para evitar el naufragio todos sabemos el lastre que hay que tirar por la borda, pero el gasto superfluo en burocracias, cargos y regalías no se toca. Sobran zánganos y hay que mantener el panal con el férreo espíritu de una colmena.
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