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Siempre nos imaginamos el mundo del espionaje mucho más sexi de lo que es en realidad, con sus espías liquidándolo a uno después de una maratoniana noche de pasión en un hotel en Helsinki, como la Julia Roberts de Confesiones de una mente peligrosa; su ... mayordomía de embajada a lo Operación Cicerón, como un elegantísimo James Mason microfilmando documentos secretos, o escapando de los disparos con el impulso de una mochila a reacción, emulando a Sean Connery en Operación Trueno. Pero la cosa en sí no da para tanto glamur, por lo menos en la España democrática y quinquillera.
El poder va cambiando de manos y ahora en los asuntos de Interior manda Grande-Marlaska (en realidad Grande Marlasca), magistrado de la Audiencia Nacional antes que ministro. El 22 de julio le sacaron los colores a cuenta de unos políticos 'indepes', Roger Torrent y Anna Gabriel, espiados con un programa de espionaje de la empresa israelí NSO que solo se vende a gobiernos y fuerzas y cuerpos de seguridad de los estados. El ministro y antes juez lo negó todo, como Joaquín Sabina, pero gracias a este espionaje se supo que ahora los Richard Sorge ya no se juegan el pellejo en Japón, sino que son en realidad unos funcionarios que, mientras comen un bocadillo de jamón en un despacho del Estado, le instalan a uno unas aplicaciones en el WhatsApp para ver con quiénes hablamos y por qué mares de la información navegamos, y también para activar la cámara y el micrófono por control remoto.
Se ha dado en llamar a todo ese lío las cloacas de Interior –antes Gobernación–, y ahora estos albañales –que son los mismos siempre– le han salpicado al PP a cuenta de unos supuestos espionajes a Luis Bárcenas con el sistema de escuchas SITEL por parte de más de setenta agentes del CNI en el que andaba metido hasta el chófer de la jai del exgerente genovés, en una operación sufragada con fondos reptilianos y alcantarillero del Estado: el Caso Kitchen, con sendas peticiones de imputación de los exministros Fernández Díaz y Cospedal por parte de la Fiscalía Anticorrupción. 50.000 euros que cobró el conductor y un pico para el excomisario Villarejo, que iba a gastárselo todo en 'señoras malas', ya que el trinque 'sobrecogedor' es dúplice y esa calderilla se puede disimular en las arcas públicas como gastos en papel higiénico. Por ejemplo. Todo supuestamente.
La España de las escuchas te geolocaliza en un pispás, con o sin orden judicial, y entonces te anota un espía aquello de «La rubia sale sola de casa. Lleva traje marrón», muy al estilo del tebeo. Pero no todos tendríamos la suerte de recibir un apoyo presidencial: sé fuerte, Luis. Interior es el vecino obseso y freudiano, el salido inconfesable del Gobierno de turno, la contrafigura del Estado del bienestar, por cuyos pasillos se pasean señoras de placer de monarcas y busconas comisariales, amén de mayordomías desleales y de pacotilla que, de vagos que son, ya ni microfilman como James Mason, amore.
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