El espía que surgió del lío
El Espigón de Recoletos ·
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Ni John le Carré, ni Frederick Forsyth, ni Graham Greene: el culebrón de la visita del espía ruso Denís Serguéyev en plena tolvanera 'indepe' le añade al burdo delirio del secesionismo una pátina literaria. Los agentes secretos se vienen a hacen turisteo a nuestro país, ... donde los controles del trasiego aeroportuario, obsesionados con la pasta de dientes del personal y no tanto con los las identidades de los viajeros, han sido más laxos. Porque aquí, el espionaje que se nos da mejor es el cutre y al competidor del Ibex 35, con Mortadelo y Filemón como máximos exponentes.
La pasión española por el espionaje se remonta a 1561, cuando Felipe II montó su red de 'ad hoc' y contó como responsables del primer 'CNI' con el vallisoletano Martín Vázquez de Acuña y el navarro Sebastián de Arbizu –que creó un organización en Francia para capturar al secretario felón del monarca, Antonio Pérez, que se ocultaba en Pau–. Estos primitivos pero sofisticados servicios los pagaba el Estado con 'gastos secretos'. Como ahora, vamos. Una de las misiones de estos informadores bien pagados era desarrollar acciones de propaganda y contrapropaganda en el Imperio español, algo que se ha mantenido hasta hoy, en pleno irracionalismo nacional, con el descubrimiento de la visita que no tocó el timbre de Oriol Junqueras.
Ya sabemos que una de las estrategias de Putin, el zar omnipotente de las Rusia poscomunista, es la desestabilización de la Unión Europea: a Vladimiro, cuando se aburre, entre caza y caza le gusta jugar al Stratego en el Kremlin. Entonces va y manda a un veterano del GRU (Glávnoye Razvédyvatelnoye Upravlenie) que haya 'retirado' a unos cuantos colegas con espray, arsénico o troceándolo en el baño de un hotel. Al viejo estilo. Lo cuenta todo y muy bien Vicente Vallés en su deliciosa y documentada novela de no ficción 'El rastro de los rusos muertos' (Espasa, 2019), un hito imprescindible de nuestro periodismo audaz.
Lo que le queda claro al juez de la Audiencia Nacional que está llevando a cabo las diligencias, Manuel García-Castellón, es que hubo rusos de ida y vuelta antes y durante el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017, y que alguno ya llevaba un currículum de fiambres a sus espaldas de mucha importancia. Dice su señoría que el individuo puede ser considerado como «peligroso», como peligrosa es la maquinaria que produce la Plaza Roja para desestabilizar España, aprovechando la crisis. Si bien dichas estrategias no estaban coordinadas con los secesionistas.
Lo que le faltaba al relato 'agitprop' de los CDR y el Tsunami Democràtric eran sus espías rusas, sexis y envueltas en el lío 'procesista' con su marta cibelina. Pero no nos imaginamos a ninguna Nazimova del Este enamorándose a las bravas de Torra, de Puigdemont ni de Junqueras. Sin embargo, todos tienen una cosa en común: son unos grandes hijos de 'putin'. A veces los espías de película son la única ratificación de que lo de Cataluña hace tiempo que se nos fue de las manos, Amore.
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