Este fin de semana, auspiciados por el consistorio del lugar, unos cuantos cientos de jóvenes de Alsasua se han echado a las calles para representar bajo la lluvia un esperpento destinado a exigir la retirada del pueblo y de Navarra de la Guardia Civil. ... En realidad han ido un poco más allá: piden que se disuelva y les entregue las armas. A ellos, como representantes morales de un gudariato felizmente extinto que hubo de hacer lo propio porque se topó con la consistencia rocosa de dos Estados, España y Francia, que se negaron a tolerar que los gudaris de marras se pasaran por el arco los derechos y libertades de los suyos.
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Si el empeño es en sí mismo chiripitifláutico, y propio de unas mentes inmaduras a las que se ha conducido a distancia sideral de la realidad, no es menos grotesca la puesta en escena: mientras desarrollaban sin oposición alguna su recorrido, con la aquiescencia de la autoridad local competente y amparados por la libertad de expresión del Estado de derecho que sus añorados encapuchados intentaron en vano desbaratar, había una gente disfrazada de policías forales y guardias civiles que simulaba dispararles. Quien no se expone a peligro alguno, se lo inventa y lo escenifica para sacar falso músculo revolucionario. El teatro es un noble arte, pero depende del escenario y del texto.
Hay quien se empeña en que el esperpento de Alsasua debe prohibirse. En absoluto. Nada daña ni erosiona ese drama bufo que más vale dejar que se extinga por sí solo. Ya han salido de la cárcel, con arreglo a las leyes, algunos de los condenados por la agresión tumultuaria a dos agentes de la autoridad. En poco tiempo más, una vez cumplida o abonada su pena, saldrán los que quedan. Y seguirá la normalidad legal y democrática.
Quedará, eso sí, la anomalía que lleva a algunos, dentro y fuera de Alsasua, a llamar «pelea de bar» a lo que en cualquier sitio es un grave delito. Si no por el odio que lo inspiró y por la vejación y acoso a mujeres indefensas ante la turba actuante, por arrollar a agentes de la autoridad. Pueden, si no lo saben, preguntarle a uno de los suyos, Mikel Kabikoitz Carrera Sarobe, alias Ata, que disfruta de una cadena perpetua en Francia por la muerte del policía francés Jean-Serge Nérin. Los franceses, como otros, no se andan con tonterías en esta materia. Y ya de paso, que reflexionen sobre el hecho de que, en España, conmilitones suyos que enviaron al cementerio a varios agentes estén libres para jugar con sus nietos. Nunca es tarde para comenzar la educación que le lleve a uno a entender de verdad dónde vive.
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