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La verdad es que a algunos no les ha ido tan mal. En pocos años han pasado de las tiendas de campaña en la Puerta del Sol –cómo no recordar aquel romanticismo naíf del 15-M– a ocupar toda una vicepresidencia del Gobierno de España. ... Otros han transitado de la casi nada al casi todo de un flamante ministerio, y muchos van a disfrutar de una nómina pública sin haber cotizado en su vida. Los cielos, advertía Pablo Iglesias, se asaltan con perseverancia, así que venga abrazos, venga sonrisas y a vivir que son dos días.
La endiablada aritmética parlamentaria, alimentada por el infinito ansia de poder de Pedro Sánchez, han posibilitado el primer gobierno de coalición entre fuerzas de izquierda desde la Segunda República. Socialistas que hoy reniegan de sus mayores, y comunistas que aún ven con buenos ojos los regímenes de Cuba, Nicaragua o Venezuela, inician la etapa política más inestable e incierta en este país desde la Transición. Con elevadas dosis de populismo y un programa a medio camino entre el posibilismo que marca Bruselas y el ímpetu de las asambleas de Facultad universitaria, España se encamina a una etapa política que sus responsables definen como «hiperprogresista» e «hiperfeminista». Veremos.
Cabe pensar cuál es la opinión que expresan en privado Felipe González. Alfonso Guerra, Javier Solana o Joaquín Almunia, por citar a algunos de los representantes socialistas del Antiguo Testamento que un día modernizaron esta sociedad desde una socialdemocracia ampliamente superada en las intenciones programáticas de sus sucesores al frente del partido. Y cabe preguntarse también por el uso que darán a la vaselina los barones del PSOE que parecían dispuestos a enfrentarse con la dirección, si se llegaba a un acuerdo con ERC, y hoy callan vergonzantemente.
Porque lo peor de todo esto, lo más grave, es hacer depender el Gobierno de un partido que no acepta la Constitución ni la Monarquía, que defiende la independencia de Cataluña y ha conseguido arrancar en su estrategia negociadora nada menos que una consulta popular para que los catalanes opinen sobre algo que afecta al conjunto del país.
Esto, señores, no va de izquierdas o derechas, esto va de evaluar el precio que se paga por estar en el poder, así de claro. No se trata de ideologías sino de convicciones democráticas y de sentido común. Denigrar, como se está haciendo, a los veteranos dirigentes del PSOE que hoy expresan sus lógicas reticencias ante un acuerdo de ruleta rusa, menoscabar el papel del texto constitucional en el impulso y la consolidación de la democracia en España, abominar de los acuerdos y las cesiones que hicieron posible la Transición; todo eso es algo que acabaremos pagando tarde o temprano.
La Arcadia feliz, igualitaria, justa y benéfica, que hoy se vende envuelta en la satisfacción por el poder alcanzado, habrá de ser valorada dentro de un tiempo mediante parámetros reales y medibles como el empleo, la creación de puestos de trabajo, el nivel de la inversión extranjera, el estado de nuestra I+D, los resultados de las empresas o el bienestar real de los ciudadanos. Estos son aspectos concretos, lo demás es palabrería altisonante como envoltorio de ilusiones. De momento, la próxima semana los nuevos miembros del Gabinete se van a hacer la foto de rigor en las escaleras del Palacio de la Moncloa. Un derroche de sonrisas, bromas y éxtasis de felicidad. Lo duro, lo verdaderamente difícil, empezará después, sin cámaras y sin risas, cuando los problemas del país real les den la bienvenida mostrándoles toda su auténtica dimensión. Ahí queremos verles.
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