El día en que se iba a suicidar, Pablo Casado se levantó temprano y pensó en el efecto demoledor que iba a tener la acusación contra su antigua amiga. Isabel Díez Ayuso, le debía todo lo que era en politica, pero, desde hace tiempo, el ... repentino poder atesorado se le había subido a la cabeza y, como siempre le decía Teodoro, «ya era hora de bajarle los humos». Tras desayunar, bajó a coger el coche que le conduciría rumbo al cadalso en forma de locutorio de radio. Allí le esperaba un periodista, un comunicador con experiencia y oficio que hizo su trabajo con eficacia, preguntando lo que debía. Carlos Herrera le dio cuerda y Casado se la enredó insensatamente al cuello y saltó al vacío. Cuando salió a las calles de Madrid, su tiempo político había expirado.
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Pablo es una persona afable que estaba seguro de llegar a ser algún día presidente del Gobierno. Prefería llegar a Moncloa más temprano que tarde, pero lo que nunca pudo sospechar es que una acusación mal planteada y no soportada en pruebas, iba a suponer su inmolación pública y su apartamiento de la politica. Estuvo duro, especialmente cuando ligó los 700 muertos diarios en lo peor de la pandemia con los supuestos negocios turbios hechos por el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ese fue su error. Se pasó de frenada, y las palabras lanzadas a las ondas hertzianas quedan grabadas para siempre. Cinco horas después de aquel desahogo irresponsable, citaba a Isabel Díaz Ayuso a comparecer en su despacho. A la salida de aquella inopinada reunión, el presidente del PP remachó los clavos de su ataúd político al hacer público que dejaba sin efecto el expediente disciplinario abierto contra ella, que podía haber acabado, incluso, con su expulsión del partido.
Quizá Teo García Egea, le calentó la cabeza. Quizá creyó tener el arma definitiva para acabar con los ninguneos y los desplantes de Ayuso, quizá… Los acontecimientos politicos y periodísticos van tan deprisa que Pablo Casado Blanco es ya una figura del pasado, un líder amortizado del que casi nadie se acordará dentro de unos años. La condición humana hizo su trabajo y todos los otrora fieles abandonaron el barco casadista a su suerte, en un goteo cruel que resultó absolutamente demoledor. Ahora, todos aguardan a Alberto Núñez Feijóo, como si fuera el Godot de Beckett, y han negado ya a Pablo tres veces. La política, ya se sabe, es la única actividad en la que los amigos no son lo que parecen y, sin embargo, los enemigos sí responden a tal condición. Los cargos públicos populares tienen la costumbre de cobrar a fin de mes y, en consecuencia, se aproximarán al nuevo patrón con la diligencia debida para no perder su momio.
Nada nuevo, por otra parte. Ocurre en las empresas y en las organizaciones todos los días. El ángel caído se convierte en innombrable y el nuevo jefe es objeto de toda clase de adulaciones por ver cada cual como puede asegurar mejor su futuro.
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Núñez Feijóo se parece en poco a Pablo Casado. Tiene más experiencia, es más astuto y mucho más desconfiado. Aportará al partido la solidez y el liderazgo que le falta, pero no lo tendrá fácil. Lo suyo no será, ni mucho menos, un camino de rosas. Cuando llegue a Génova, 13, tras el congreso de Sevilla, encontrará sonrisas y lisonjas. Pero, visto lo visto, no se fiará demasiado de ellas. Y hará bien, recordando la vieja y acertada máxima de «Roma no paga traidores».
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