A mediados de 2020 hubo un momento en que parecía que el problema de la despoblación se arreglaría gracias a la pandemia, y espero no ser el único que recuerda el éxodo de familias enteras que abandonaban las capitales huyendo de la peste para ... refugiarse en los pueblos.
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Con los curres en plan teletrabajo y los colegios chapados, los que tenían casa en el medio rural o podían alquilarla, se fueron con sus ordenadores a vivir tranquilos en un entorno menos peligroso para todos. Es verdad que en esos paraísos no siempre había colegio para los chicos, ni internet de banda ancha, ni farmacia ni otras comodidades a las que nos hemos acostumbrado.
Pero el que algo quiere algo le cuesta, y el incordio de tener que coger el coche para ir al núcleo cabeza de partido a comprar el pan, unas tiritas o unas peras de conferencia se daba por bueno cuando la salud era lo primordial.
Sin embargo, la quimera se desvaneció porque, como decía ayer mismo una portavoz de la Coordinadora España Vaciada, todo ha sido «una falsa ilusión» ya que cuando la situación mejoró los que salieron de naja huyendo de la covid volvieron a sus ciudades de origen.
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Y, casi de repente, se acabó el espejismo de repoblar aldeas donde el aire es más limpio, los vecinos se saludan y en la siesta canta el grillo. Todo muy bucólico y pastoril, pero muchos han vuelto al piso porque eso de los pueblos está muy bien para un rato…
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