![Sí, hay dos Españas](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202006/18/media/cortadas/GF4KGCY1-klRC-U110539266721cCD-1248x770@El%20Norte.jpg)
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La prueba más palpable de que hay dos Españas se evidencia cada día a la hora del almuerzo. En la Plaza de la Independencia de Madrid varias terrazas lujosas, llenas de encanto y 'glamour', acogen a comensales igualmente elegantes que aprovechan para recuperar las relaciones ... sociales después del confinamiento degustando algunos de los platos más selectos de la capital. La Puerta de Alcalá, testigo mudo de la eclosión de lo que la prensa del siglo pasado denominaba 'café society', se muestra, a esa hora, festoneada de vehículos de alta gama con sus correspondientes conductores aguardando a que sus señoritos acaben el gintónic con el que suelen rematar su comida. A esa misma hora, en otros muchos puntos de la ciudad, hay centenares de personas haciendo cola en los comedores sociales en procura de una bolsa que conjure su hambre y la de los suyos. La crisis económica, derivada de la sanitaria, ha dejado a la intemperie a muchas familias que se las ven y se las desean para subsistir en un entorno de cierres de negocios y despidos masivos. Son dos realidades tan ciertas como visibles, dos Españas que conviven en una situación de injusticia y brecha social que, lejos de estrecharse, se agranda cada vez más por las consecuencias de la pandemia.
Mientras tanto, en la Carrera de San Jerónimo, sus señorías se dedican durante cada sesión del Congreso de los Diputados, a descalificarse irresponsablemente creando una división obscenamente peligrosa. Una parte de la cámara acusa a la otra de radicalismo y, en sentido contrario, escucha las acusaciones de golpismo. Una dialéctica imposible que no conduce a ninguna parte entre imprecaciones que incluyen términos conocidos: ultraderecha, comunismo bolivariano, ilegitimidad y otra suerte de expresiones que únicamente contribuyen a la división en uno de los momentos en los que más falta hace la unidad de acción. Los representantes políticos tendrían que ocuparse de que se cobraran todos los ERTE, muchos de los cuales aún continúan pendientes; también de escuchar a Cáritas, que dibuja una realidad dramática a la que hay que hacer frente, y de intentar conjurar la incertidumbre que se cierne sobre esta sociedad, hasta el punto de constituir, paradójicamente, la única certeza posible.
A pesar de iniciativas tan positivas como necesarias, entre las que se encuentra el ingreso mínimo vital, y pese a los pronunciamientos bienintencionados desde el Gobierno de que nadie va a quedar atrás en esta crisis, lo cierto y verdad es que, desgraciadamente, ya hay mucha gente rezagada. La división social es grande y amenaza con serlo aún más. Hay una España que agota las reservas hoteleras y de casas rurales, preparando sus vacaciones de verano, y otra que no sabe, literalmente, qué va a ser de ella a la vuelta de septiembre. Hay miedo a gastar y mucha prudencia por si la cosa se tuerce.
El recuerdo de la dolorosa crisis de 2008 está todavía presente y ha querido el destino que, justo cuando nos estábamos recuperando a buena velocidad de aquel desastre, el zarpazo de la covid-19, sitúe de nuevo a miles de personas en la casilla de salida. Las previsiones del Banco de España, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, no pueden ser más preocupantes. No hace falta ser profeta para darse cuenta del negro futuro que nos espera. Tampoco para atisbar que sólo con unidad y clarividencia saldremos de esta, con muchos años y mucho esfuerzo. Ante este panorama la pregunta es obvia: ¿A qué esperamos para dejar de insultarnos y ponernos manos a la obra? Pues eso.
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