Las noticias más leídas del sábado 8 de febrero en El Norte de Castilla
Terraza de Valladolid el primer día del paso a la Fase 1. Henar Sastre

España es una terraza

Pronto vendrán los turistas, recomenzará el fútbol y la vida alrededor tomará un cariz de habitualidad. Lo dicen los expertos y conviene repetirlo: no subestimemos a la covid-19, el virus está ahí

Antonio San José

Valladolid

Jueves, 28 de mayo 2020, 07:35

A estas alturas, la felicidad consiste en tener salud, no haber perdido el trabajo y macerarse al sol después de diez largas semanas de cautiverio forzado. No mucho más. El país se ha lanzado a las terrazas como si sus mesas al aire dibujaran una ... metáfora de la libertad recobrada. Un paisanaje de mascarillas ilumina las calles ayer dormidas –o anestesiadas, más bien–, en un ejercicio vital de supervivencia y alegría recobrada. Los grifos de cerveza regresan a su actividad y las raciones perfuman con su aroma el aire de la calle detenido durante tanto tiempo. El ímpetu ha provocado estampas previsibles de amontonamientos y efusiones más allá de lo que recomienda la situación y nos recuerdan las autoridades sanitarias, poco a poco la nueva normalidad nos acostumbrará a los tapabocas, los geles hidroalcohólicos y la desinfección del mobiliario después de cada servicio. Si la gente se lava más las manos y los propietarios de bares y restaurantes extreman las medidas higiénicas, algo habremos cambiado a mejor después de todo este drama que nos ha golpeado como sociedad con una dureza inusitada.

Publicidad

Resulta enternecedor comprobar como los intelectuales de guardia, siempre prestos a corregir cualquier desviación en la conducta colectiva, se muestran extrañados de esta fiebre y de lo mucho que nos importan las terrazas, lo hacen sin reparar en que en esos espacios compartidos se encierra el epitome de nuestra filosofía de vida. Somos así, por eso media España vive la llegada a la fase 1 con la intensidad del recluso que recupera la libertad, siquiera sea limitada. Lo que viene es conocido, tendremos que aprender a convivir con un virus, cuya peligrosidad no ha disminuido, hasta que exista una vacuna o un tratamiento efectivo. Habremos de incorporar a nuestra existencia usos y maneras que hasta hace poco nos parecían marcianas y deberemos de movernos sin miedo, pero con mucha prudencia.

Las cañas, los pinchos y los calamares fritos son la exégesis del nuevo tiempo bajo el sol, a la espera de que se aclare del todo qué pasa con el verano, la playa y las piscinas. La estampa carpetovetónica de sujetos con la mascarilla manchada de aceite se une a la imagen de quienes se la colocan debajo de la barbilla, a modo de barboquejo, o, a la no descartable estampa de quienes la usen como diadema, de la misma forma que algunos llevan las galas de sol en lo alto de la glándula pineal, en el mismísimo occipucio, allí donde Descartes creía que residía el alma. Con todo, lo más pintoresco es comprobar como trasiegan birras y montaditos debajo de su visera aquellos que optan por usar, en lugar de la mascarilla, ese tipo de pantallas de protección más propias de soldadores que de señoras tomando el aperitivo.

Decía Serrat que «cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere», de ahí que veamos a personas extremadamente temerosas y a otras que pretenden desescalar a toda marcha, haciendo gala de una temeridad tan peligrosa como irresponsable. Pronto vendrán los turistas, recomenzará el fútbol y la vida alrededor tomará un cariz de habitualidad. Lo dicen los expertos y conviene repetirlo: no subestimemos a la covid-19, el virus está ahí y el riesgo no se ha conjurado. Volvemos a las terrazas y a la calle, pero haríamos bien en tener muy presente la recomendación que el sargento Esterhaus, de 'Canción triste de Hill Street', hacía a sus equipos cada mañana antes de afrontar las vicisitudes del nuevo día: «Let's be careful out there», «Tengan cuidado ahí fuera».

Publicidad

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad