![España, inmenso campo electoral](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201910/17/media/cortadas/carteles-kBF-U904242021298mB-624x385@El%20Norte.jpg)
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Ya advertía Eugenio D'Ors que en Madrid, a las siete de la tarde, o das una conferencia o te la dan. Parafraseando al maestro, bien podía concluirse que en este bendito país, y en estos tiempos electorales, o das un mitin o te lo ... dan. Hay muchos actos, demasiados, todos impelidos por un sentido de urgencia inminente ante la cada vez más cercana fecha del 10-N. En cuanto uno se descuida, se topa de bruces con un político en cualquier escenario y ante cualquier colectivo: ferias de ganado, asociaciones de vinateros, productores de jamón, amigos de la zarzuela, filatélicos unidos, defensores del cachirulo aragonés o virtuosos del violín. Todo les vale. Y, por supuesto, los tradicionales marcos idóneos para las cámaras de televisión: mercados (incluyendo carantoñas a los niños), asociaciones de vecinos y actividades de deporte popular.
Los candidatos viven un frenético no parar con la vista puesta en los sondeos ante la posibilidad, muy real en algunos casos, de perder su trabajo como diputados o senadores y quedarse a la intemperie, cuando pensaban tener encarrilado su futuro los próximos cuatro años, hasta la malhadada, para ellos, nueva convocatoria a las urnas.
Habría que medir el grado de impostura de algunos políticos, o aspirantes a alcanzar tal condición, que pregonan la buena nueva de sus recetas, validas para todos los males del país, sin despeinarse, aún a sabiendas de que en sus promesas hay mucho más humo que realidades. Si se fijan bien, no hay nada que se les resista, por muy complicado que resulte encontrar soluciones a problemas graves: Cataluña, el futuro de las pensiones, la asistencia sanitaria, los nuevos modelos educativos, el drama de la demografía, las políticas migratorias, el impulso a la investigación científica...
Para todo hay un plan que se expresa de boquilla, normalmente sin respaldo alguno en forma de números, con la única intención de captar apoyos electorales sin reparar en las barbaridades que expresan. Además de un insulto a la inteligencia, muchos de los mensajes que reciben los ciudadanos estos días constituyen una falta de respeto a los votantes, en la idea de que estos son fácilmente 'bizcochables' ante cualquier idea, por peregrina que sea.
El paisaje de las ciudades y los pueblos en estos días recuerda mucho al de las poblaciones del Far West, en las que irrumpían charlatanes de oratoria barata que desplegaban una panoplia de supuestos remedios para todo tipo de achaques ante un colectivo de absortos parroquianos que no sabían si creer en todo aquello o expulsar al chamán con cajas destempladas. El mismo producto servía para los dolores de muelas, el reuma o la caída del cabello. Se trataba de vender milagros embotellados, y para cuando los incautos compradores comprobaran que habían tirado sus dólares y aquello no servía para nada, el verborreico vendedor ya estaría en otra población, muy lejos de allí, buscando nuevas víctimas para su boyante negocio.
Lo único que parece sensato en estas circunstancias es meditar muy bien el voto, para no tirarlo, porque las reclamaciones, después, solo podrán hacerse al maestro armero y tendrán que esperar una legislatura antes de poder ser elevadas a sus responsables, si es que se presentan a los siguientes comicios. En el fondo, hay un cierto nihilismo político instalado en el ambiente a fuerza de comprobar cómo determinados políticos únicamente se acuerdan de los ciudadanos cuando llega la cita de las urnas. Por eso hay que hacer valer que, al menos en este tiempo, nosotros, los ciudadanos, tenemos la sartén por el mango y el mango también. Luego será tarde y ya no habrá remedio.
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