Cuando servidor empezó en este negocio de publicar frases enlazadas, escuché de mis mayores que la esencia del periodismo no es redactar noticias sino contar historias. Así, en un accidente de tren o carretera, por ejemplo, cualquier funcionario está capacitado para describir cómo se produjo, ... quién fue el responsable y cuántos muertos o heridos sufrieron las consecuencias. Sin embargo, no todos los medios reservan espacio suficiente para las historias personales de las víctimas, que suelen resultar más emocionantes que las cifras a palo seco; en resumen, que no es lo mismo hacer un recuento de afectados que describir el sufrimiento de los mismos y, sobre todo, el de sus sucesores. Así, la actualidad está llena de afectados, de ingresos hospitalarios, de saturaciones de urgencias y fallecidos como consecuencia de la epidemia. Ya saben: equis muertos, equis plazas de uci ocupadas, tantos fallecidos y poco o nada del dolor de sus familias, de la angustia de los muertos y el desconsuelo de los supervivientes.

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Por eso no me pierdo los relatos que cada día cuentan en El Norte mis colegas encargados de escarbar en el aspecto humano de los aquejados por esta calamidad detallando cómo eran antes de infectarse y el vacío que dejan en su entorno. Aplaudo la decisión de contar las vidas rotas de las víctimas de esta catástrofe porque eso son historias; lo otro, no pasan de ser estadísticas.

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