Cuando el señor presidente del Gobierno de España se inventó (o copió) aquella frase de volver a la «nueva normalidad», servidor y otros ilusos pensamos que la pesadilla del coronavirus estaba acabando y pronto empezaríamos a disfrutar de nuestra vida de siempre. Don Pedro Sánchez ... parecía tan optimista anunciando lo que estaba por venir que muchos olvidamos que las promesas políticas hay que tomarlas con gaseosa para que no se suban a la cabeza. Muchos meses después de aquel anuncio tan solemne seguimos viviendo con restricciones y usando mascarillas que, eso sí, ya pueden comprarse en cualquier tabuco, incluyendo quioscos, estancos y boutiques dedicadas en exclusiva a ese género.
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Sin embargo, ahora sí que estoy convencido de que esa luz que empezamos a ver al final del túnel es la salida de la maldición y no otro tren que viene de frente. Las medidas liberadoras tomadas en el Consejo de Gobierno de ayer indican que estamos ganando la batalla al coronavirus, algo que hasta hace nada parecía una quimera. Vuelven los restaurantes por dentro, los horarios golfos, las piscinas públicas y, si todo va como se espera, dentro de poco podremos salir a cara descubierta sin que los guripas nos riñan o nos multen por hacerlo sin mascarilla. Pero, mal que les pese a los que mandan, no es un regalo que nos hace la autoridad: es algo que hemos conseguido entre todos y pagado a escote.
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