Con motivo del centenario Berlanga se ha editado por primera vez en alta definición 'La escopeta nacional' en una edición primorosa, en formato discolibro, de la editora vallisoletana Divisa. Merece la pena volver a aquella película con los ojos de hoy porque aflora una visión ... muy distinta a la del estreno.

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Entonces, en el inicio de la transición, la película se presentaba como una crítica feroz al caos, corrupción y arbitrariedad del franquismo. Hoy, en cambio, no podemos dejar de reconocer que los resortes del tráfico de influencias siguen entre nosotros, y que el gran mensaje del guionista Azcona y el director Berlanga era de desconfianza radical hacia la clase política. La coda final: «Y ni fueron felices, ni comieron perdices, porque allí donde haya ministros un final feliz es imposible» se entiende muy bien hoy, en este periodo, agotador para el ciudadano, en el que nuestros dirigentes parecen más interesados en agitar los problemas, e incluso crearlos, en función de sus necesidades políticas, que en resolverlos. Hay que desengañarse: la política nunca nos dará la felicidad, pero siempre será preferible la menos intrusiva. Creo que Luis García Berlanga y Rafael Azcona estarían de acuerdo en esto.

La película magistralmente interpretada por José Sazatornil, Saza, nos ofrece también otra cara de la corrupción. Jaume Canivel va en busca de algo sencillo, un trato de favor a cambio de una comisión, y se encuentra con una elaboradísima red clientelar que le desborda y que le obliga, incluso, a los favores personales. El presunto corruptor es, a la postre, una víctima más de otra forma de burocracia, encubierta e ilegal, no menos asfixiante que la convencional.

Pero quizás lo más inquietante es constatar cómo continúa entre nosotros, si bien de otro modo, la exigencia de profesiones de fe pública respecto de los valores del momento. En el libreto que acompaña la película, el nieto de Berlanga recuerda cómo sus abuelos le transmitieron cuán habituales eran en la época los apaños de premios en los festivales. Y cómo, del mismo modo, una declaración desafortunada podía ser suficiente no sólo para perderlo, sino para caer en desgracia. Hoy seguimos ahí, en el mismo sitio, y quien dice lo que no debe es víctima de esa forma nueva de castigo político social que llamamos 'cancelación'. Pero hemos ido más allá. Habitualmente no basta ya con no decir lo inconveniente, sino que hay que hacer pública profesión de las fes del momento para cortejar el poderoso abrazo del poder. Seguimos atrapados en 'la escopeta nacional', pero sin cartuchos.

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