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Sumidos en la valoración del resultado de los abertzales en las elecciones del País Vasco, tras su espectacular y preocupante subida, conviene no perder de vista el insólito ejercicio de simulación al que nos sometió el Gobierno en la recta final de la campaña. ... Con desahogada desfachatez, ministros de toda laya y condición salieron en tromba a criticar escandalizados la negativa del candidato de Bildu, Pello Otxandiano, a calificar a ETA como banda terrorista, quedándose, únicamente, en la pudorosa descripción de «organización armada».
Como en ese momento convenía separarse de los herederos políticos de los terroristas para no perder posibles votos en las urnas, el PSOE escenificó un ataquín de los de tomar sales tendidos en un sofá con la dignidad ofendida. Al de Bildu le llovieron piedras gubernamentales en forma de descalificaciones, la más suave fue «cobarde» y las más impostadas calificaban a su formación como «incompatible con la democracia». En este teatro de la política todo parece valer, pero convendría que los autores de las farsas cobraran conciencia de que los ciudadanos, es decir, nosotros, no somos tontos de solemnidad. Es por ello que nos damos perfecta cuenta de la simulación que supone mostrarse indignados ante la ideología de Bildu y, a continuación, seguir gobernando y pactando con ellos. La obsequiosidad de Pedro Sánchez y los suyos con Mertxe Aizpurua y demás compadres, es absolutamente incompatible con el escándalo mostrado por no afirmar aquello que jamás han admitido: que ETA fue una banda de asesinos. Si nunca lo han hecho, a qué han venido ahora estos sofocos impostados.
El discurso de Sortu-Bildu es absolutamente repugnante al equiparar a los terroristas con el Estado democrático, al que calificaron de opresor en aquellos tiempos. Nunca han pedido perdón por sus afirmaciones, jamás han mostrado comprensión sincera con las víctimas y en la vida han condenado los asesinatos, los secuestros, las extorsiones, las bombas y todo el dolor que provocaron en la sociedad vasca y en toda España. Arnaldo Ortegi, cuyo pasado delictivo consta en los archivos policiales, fue calificado por José Luis Rodríguez Zapatero en sus tiempos de presidente del Gobierno, como «hombre de paz», y ya sabemos que los votos de sus conmilitones han servido para investir a Pedro Sánchez y aprobarle leyes como la amnistía, así que menos acaloramientos impostados.
El tacticismo político es algo que provoca rechazo desde un punto de vista estrictamente democrático porque destierra los valores y se ampara en una gestión de cada situación a conveniencia. Cuando interesa, se afirma que Bildu es un partido democrático y que ETA es algo del pasado que no hay que remover. Parece que la memoria histórica no rige para las 853 víctimas de sus atentados, y que cuando toca alejarse de ellos, para que los votantes socialistas no deserten en las urnas, se les critica sin reparo alguno. Lo suyo, para resultar creíbles, es acompañar la petición de sales con acciones concretas como declarar que nunca más se va a admitir su apoyo parlamentario y romper, a continuación, los acuerdos de gobierno con ellos en Navarra y Pamplona. Lo demás es pura fachada y un absoluto desaire a la memoria de las víctimas y sus familias. Una puesta en escena que recuerda aquella secuencia inmortal de 'Casablanca' cuando el capitán Renault, en medio de las timbas humeantes de un tugurio, se hacia el sorprendido afirmando dignamente: «¡Qué escándalo!, ¡Aquí se juega!».
Tras los comicios en Euskadi, el PSE apoyará al PNV, pero el PSOE continuará siendo socio de Bildu para sostener al Gobierno y aquí no ha pasado nada. O sí, que diría Rajoy.
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