La pedestre política que se hace en el Parlamento es tan rudimentaria y falta de altura que la metáfora del vuelo gallináceo resulta casi siempre perfectamente adecuada. Y sin embargo, puesto que la influencia de la Unión Europea sobre la cotidianidad española es tan notoria, ... ya que incluso buena parte del Presupuesto viene de Bruselas, convendría de vez en cuando alzar los ojos para vernos desde más arriba, en el contexto de una UE a 27 que nos condiciona, para bien y para mal, en casi todo.
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Viene esto a cuento de los cambios habidos en Alemania. Como es conocido, la gran coalición entre socialdemócratas y democristianos, que se ha reiterado tres veces bajo el liderazgo de Merkel, que ha permanecido 16 años en el poder, se ha sustituido por otra alianza entre socialdemócratas, verdes y liberales (como es sabido, antes de Merkel, ya funcionó a satisfacción una alianza entre socialdemócratas y verdes encabezada por Schröder). Y es lógico pensar que esta mudanza ocurrida en el mayor y más potente país de la Unión Europea tendrá repercusiones en el funcionamiento y en las políticas de la Unión Europea, ya que el liderazgo de Merkel, una mujer poco dominante que sin embargo tenía ideas firmes que conducía con plausible suavidad, ha determinado el porvenir de la UE durante su largo mandato, para lo bueno y para lo malo, obviamente.
Uno de los europarlamentarios del PP, Esteban González Pons, un personaje moderado y razonable, ha expresado el lógico temor a que se produzca un cambio conceptual inconveniente a causa del cambio alemán. Sobre todo a la vista de que en España, donde la 'gran coalición' sería en este momento inconcebible -la agresividad de los partidos entre sí es una lacra que nadie sabe como resolver-, la enemistad política entre derecha e izquierdas se ha vuelto extraordinariamente agresiva. «Si la coalición semáforo se traslada a Bruselas, la UE puede perderse», ha escrito el parlamentario europeo, en un largo artículo en 'El Confidencial' con ese título.
Es cierto que la cooperación entre centro derecha y centro izquierda en las instituciones comunitarias ha sido productiva en ese dilatado periodo, y lo lógico sería que en esta asociación supranacional se mantuviera la cooperación entre todos los actores. Pero también lo es que el conjunto de la UE ha experimentado un cierto deslizamiento hacia la izquierda que no se puede ignorar, no solo para que queden bien marcadas las tendencias sino también porque tras ellas hay políticas económicas que se corresponden con los planteamientos ideológicos. González Pons reconoce que «el PPE ha pasado de ser la fuerza dominante en el Consejo a quedarse solamente con ocho sillas, las de Lituania, Letonia, Austria, Eslovenia, Croacia, Rumanía, Chipre y Grecia. Ni un solo Gobierno de Europa occidental está en manos del PPE. Tampoco el Gobierno de ningún país fundador».
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Este escoramiento hacia la izquierda plantea problemas en el reparto de cargos futuros ya que la simetría ha desaparecido en beneficio de equilibrios más complejos, pero esta circunstancia le interesa poco al ciudadano, que lo que exige es que las instituciones europeas se adapten a la realidad y por tanto a la síntesis ideológica del conjunto. Porque el retroceso de la derecha y el ascenso socialdemócrata no han sido casuales sino consecuencia de las vicisitudes europeas a lo largo de las grandes crisis experimentadas.
La doble crisis de 2008-2014, económica y financiera, fue resuelta mediante la austeridad y la ortodoxia conservadoras, y no solo ha tardado lo indecible en resolverse sino que ha dejado muertos y heridos en el camino: todavía padecemos la desintegración y la desigualdad generada por aquellas políticas reaccionarias y recesivas.
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En cambio, la crisis sanitaria de 2020 ha encontrado respuestas distintas, afortunadamente, y la Comisión y el Parlamento Europeos han impulsado políticas expansivas y progresistas que mitigan el sufrimiento, abren expectativas de reconstrucción y crecimiento, y son conscientes de que el problema no se puede resolver con más desigualdad sino al contrario: ya es una evidencia de que solo la solidaridad y la equidad proporcionarán los incrementos de productividad que necesitamos para salir del bache y para afrontar los grandes cambios que introducirán las nuevas tecnologías en nuestras vidas y en los escenarios productivos.
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