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El Cid, épica e historia
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«La circunstancia histórica de don Rodrigo Díaz está suplantada por el cantar de gesta, vamos que la literatura se ha impuesto a la realidad; el mito, el héroe»Secciones
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«La circunstancia histórica de don Rodrigo Díaz está suplantada por el cantar de gesta, vamos que la literatura se ha impuesto a la realidad; el mito, el héroe»Tengo que decir, sin ánimo de sonrojarme, que mientras escribo estas líneas escucho un CD cuyo título es 'Romances del Cid', de Joaquín Díaz. Junto a su voz y guitarra le acompañan a la zanfona German Díaz, al clavecímbalo Javier Clove y Luis Delgado tocando ... laúd, oboe, timbales y diferentes instrumentos tradicionales. De los quince cortes que forman el disco entresaco un extracto, quizá porque casi me lo sé de memoria y es el más difundido del cantar: «En Santa Gadea de Burgos, / do juran los hijosdalgo, / le tomaban jura a Alfonso, por la muerte de su hermano. / Tomábasela el buen Cid, ese buen Cid castellano». Y aquí viene la segunda parte del título de estas letras, ¿es realidad? La historia es menos romántica y soñadora, el rey es Alfonso VI de León, hijo del conde de Castilla Fernando I El Magno, monarca también de aquellas tierras leonesas. Las circunstancias que cuenta el romancero son justamente una leyenda, siendo la realidad más fría, pero en ningún momento desacredita al guerrero castellano como Cid Campeador.
El que llegara a mis manos el libro 'El Cid Historia y mito de un señor de la guerra', de David Porrinas González (Despertar Ferro Ediciones), supuso una pequeña revolución cidiana, encontrar en mi biblioteca las diferentes ediciones del 'Poema de mio Cid'. Del texto antiguo preparado por Ramón Menéndez Pidal de la Colección Austral a una publicación en castellano moderno de Castalia, sin olvidar la edición de Colin Smith de Cátedra. Todo junto con algún apunte hecho en la revista 'En Taquilla' con motivo de la celebración de los 800 años de la autoría o copia por parte de Per Abbat o Pedro Abad del poema épico medieval castellano (1207). Tengo que decir que la circunstancia histórica de don Rodrigo Díaz está suplantada por el cantar de gesta, vamos que la literatura se ha impuesto a la realidad; el mito, el héroe, al señor de la guerra. Aunque decir que las armas del Cid Campeador son conocidas por todo el mundo, no solo es osado, también erróneo, y por ello uno se pregunta: ¿los directores de las excavaciones arqueológicas de la sierra de Atapuerca ignoraban el nombre de las armas del paisano burgalés, no han leído el 'Cantar', o despreciaban la valía histórica y literaria de las espadas Tizona y Colada, al nombrar al útil lítico encontrado en la Sima de los Huesos, Excalibur? Continuemos con la historia.
Mucho se aprende cuando uno se adentra con fruición en un docto libro de historia y el texto al que me refiero, 'El Cid Historia y mito de un señor de la guerra' cumple con creces estos requisitos. Nos muestra claramente el nacimiento de Castilla como condado y su posterior transformación en reino, nos sitúa en la cuna del Campeador, que no está muy claro que realmente fuera Vivar en la provincia de Burgos, pero confirmando lo que el cantar nos cuenta lo damos por veraz. Su aprendizaje como caballero lo realizó en la corte de Sancho II, del que fue vasallo, y en un duelo manifiesta su arrojo y sale triunfador, solucionando a su rey el pleito. «Esta lid singular fue la primera, / cuando, muchacho aún, venció a un navarro; / por ello 'Campeador' dicho es por boca / de hombres mayores». A partir de ese momento adquirió el sobrenombre de Campeador. Cuando su protector Sancho II es asesinado por Vellido Dolfos –Dolfos Vellido– en el asedio de Zamora, nos preguntamos: ¿es un bulo la jura de Alfonso por la muerte de su hermano? El romance sirve ficción a un hecho dándole un tinte poético, dramático, emotivo, un panegírico heroico en voz de los juglares que reclamaban audiencia con los cantares de gesta. Sería alta traición acusar al rey de asesinato en un acto público, no era posible. Aunque paradójico, el rey Alfonso recibió a Rodrigo en su séquito, parece ser que la destreza como caballero y su habilidad en la guerra eran más importantes que cualquier otro requisito e incluso le dio por esposa a su sobrina doña Jimena, hija de Diego, conde de Oviedo. Todos estos privilegios elevaron la envidia en diferentes miembros de la corte que intentaron y lograron disponer al soberano contra Rodrigo. De ahí que el Campeador fuera desterrado. Y desde ese momento, «¡Albricias, Fáñez, albricias!, pues nos echan de la tierra, / con gran honra por Castilla entraremos a la vuelta», comienza la aventura de Rodrigo Díaz de Vivar, Cid Campidoctor, no solo en el imaginario popular, sin duda mucho más sugerente que su no menos guerrera realidad.
Estupendo texto, con mapas que nos sitúan en la península ibérica y clara genealogía de los partícipes importantes en la vida del señor de la guerra. David Porrinas González hace historia y no olvida la leyenda y la repercusión de ambos hechos en el quehacer social y cultural de España. Conviene recordar a quien no lo sepa que Cid Ruy Díaz de Vivar es un personaje real y al mismo tiempo un héroe de leyenda, un Campeador castellano y, «en este logar, se acaba esta razón».
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