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Duros tiempos estos en los que el simple ejercicio de la prosa descriptiva periodística puede ser tomado como paradigma de catastrofismo o de intención antigubernamental. El panorama, ceñido de incertidumbre e incógnitas de toda laya, no ofrece, desgraciadamente, un asomo tranquilizador. Si nos atenemos estrictamente ... a los datos, para soslayar opiniones forzosamente subjetivas, nos encontramos con que España es el país que más ha sufrido el deterioro de su proceso productivo y que menos ha acusado la recuperación desde el comienzo de la crisis sanitaria de la Covid-19. Los indicadores son de Eurostat, la oficina estadística europea, pero a ellos hay que unir todas las rebajas de crecimiento de los organismos económicos internacionales. Una corriente que indica, bien a las claras, que las cosas no marchan tan bien como algunos piensan.
Los preocupantes datos de contagios y el aumento de la presión hospitalaria, empiezan a dejar sentir su efecto, dificultando la recuperación y lastrando la marcha general de la economia. Un escenario inquietante, con la inflación en valores máximos de treinta años y la consiguiente pérdida del poder adquisitivo de los salarios. Somos más pobres y los precios del gas y la electricidad alcanzan cotas tan impensables hace unos meses como reales en la actualidad. Una pesadilla que obliga a pagar las pensiones a pulmón, mientras el sector ganadero y agrícola entona el SOS, el paro continúa en los niveles más altos de la eurozona y el fantasma del desabastecimiento deja sonar sus cadenas a nuestro alrededor.
Así la cosas, haría falta, más que nunca, un liderazgo fuerte. Un Gobierno con ideas, capaz de gestionar consensos y generar tranquilidad. Es la hora de actuar, el tiempo de los hechos concretos y no de las divagaciones evanescentes. Recurrir a Franco, la ultraderecha y el revisionismo histórico, puede valer para tiempos de bonanza, pero no en un momento de extrema dificultad poco adecuado para agitar espantajos ideológicos. La precariedad es evidente y lo frustrante es contemplar como quienes deberían de tomar decisiones y presentar planes con soluciones, están enredados en el azul de cuestiones que no son urgentes en absoluto. Crear un fondo, que vamos a pagar entre todos, para subvencionar el doblaje de series de Netflix y HBO al catalán, no parece que sea cuestión principal en las preocupaciones de los ciudadanos. Que un ministro convoque, insólitamente, una huelga de juguetes con el pretexto de un pretendido sexismo, tampoco. Y ya puestos, no parece prioritario el kit de bienvenida a la menstruación, en el que se empeña Más Madrid, para las adolescentes que alcancen la pubertad.
Las cortinas de humo, a modo de bombas de distracción informativa para ocultar problemas graves con asuntos menores, son un truco demasiado manido como para que cuele en la opinión publica en estos momentos de preocupación. La gente mira su situación laboral y constata las dificultades, cada vez mayores, para llegar a fin de mes. También se pregunta hasta dónde va a subir la tarifa eléctrica y si va a poder encender el calentador de gas para ducharse este invierno. Y se alarma cuando comprueba el precio de los productos alimenticios de primera necesidad que forman la cesta de la compra.
Sin ánimo de exagerar, nadie es capaz de atisbar el final de esta racha que afecta tan directamente a los bolsillos domésticos. Esperemos que quienes nos gobiernan se pongan a ello sin pausa y no se enreden con cuestiones que ahora, desde luego, no tocan. Cuando la casa está ardiendo, ponerse a limpiar la plata, como tarea prioritaria, no parece una buena idea.
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