Cuando enluté con Franco

Aquella fue una situación similar a la que padecen los británicos con la desaparición física de su longeva jefa de Estado. Que las abejas mantengan con denuedo a la reina, lo encajas. No es que los humanos prevalezcamos con altivez frente a estos insectos (sin GPS no somos nadie; ellas no), pero el desarrollo social nos ha brindado herramientas solventes para ampliar nuestro conocimiento, reflexionar y afianzar nuestra posición tribal ante nuestros pares.

Nadie juicioso en Occidente haría cola durante doce horas por ver un féretro ajeno. Tampoco aceptarían de buen grado que el heredero de la muerta no pagase una sola libra por un legado millonario. Enterrarán, quizá, a Isabel II cuando los guionistas agoten sus ideas. Seguirán siendo pobres a causa de su altivez. La pompa gusta a los espíritus inconsistentes. Sería digerible si tuviesen satisfechos sus anhelos esenciales. El imaginario crespón de las bicis inglesas difiere del que tuve que portar yo a mi pesar y sin un ecosistema que me amparase. No tuve elección; los británicos sí.