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Las elecciones del 28-A han arrojado en las urnas un rechazo nítido de los españoles al 'fascismo'. Eso parece que ha quedado claro. También parece que prefieren el futuro al pasado; y una España en color antes que una España en blanco y ... negro. No parecen preocupados por un eventual indulto a los responsables del 'procés', ni les alarma que el próximo inquilino de la Moncloa siga siendo Pedro Sánchez y continúe con el Falcon a la puerta. Tampoco parece inquietar la mayoría (medida en escaños y no en votos, según las normas de la democracia representativa) ante la posibilidad de que el ganador de la investidura pudiera pedir el apoyo de Otegi o Rufián. No parecen muy alarmados por los planes de los secesionistas en Cataluña, así que no han dado la fuerza suficiente a los partidarios de aplicar el artículo 155 de la Constitución que pudiera suspender la autonomía hasta recuperar la normalidad democrática.
Si el fantasma del 'trifachito', en chispeante ocurrencia de los progresistas, parece que ha calado en el miedo de la mayoría, el riesgo de una España vaciada de nación en una centrifugación de naciones no ha pesado en el ánimo general. El espectro del franquismo ha angustiado a los votantes más que el coco del frente popular. Todo muy virtual. Como hologramas que se van proyectando en el inconsciente nacional. Pero decisivos a la hora de elegir papeleta.
Siguiendo con la lectura de los resultados a la luz de los brochazos retóricos y demagógicos de la campaña electoral, el recelo a manteros, okupas, antisistemas, artistas del escrache y demás parece equipararse con la aversión que generan 'los ricos', la oligarquía, las eléctricas, la gran banca, los fondos buitre y todos los malotes del cómic nacional. El peso específico de la tele en el blanqueo de toda esta farfolla partidista y, por descontado, en el ánimo de millones de votantes que se informan por esa vía, es para estudio de doctorandos en comunicación. Ya tenemos esas certezas bendecidas por la democracia.
Pero lo que no está tan claro es lo que quieren de verdad los españoles. Si prefieren que suba el salario mínimo aunque baje la creación de puestos de trabajo. Si se inclinan porque gobierne en solitario el socialista Sánchez o comparta con Pablo Iglesias. Igual es que sueñan con la fusión de Rivera y Sánchez. Otro enigma es dónde se halla el punto crítico soportable por la mayoría en la cuestión territorial. Hasta dónde está dispuesta la colectividad a ceder en su soberanía constitucional para tener la fiesta en paz con los independentistas. Consecuencias de la frivolización de la política convertida en material de entretenimiento. Con la implosión del bipartidismo y el aluvión de mensajes al electorado sumado al cruce de propuestas la lectura de los resultados se hace cada vez más compleja. Que tiempos aquellos en que el ganador o el perdedor podía decir en la noche electoral: «Os puedo decir que he entendido el mensaje».
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