De nuevo fiestas, toros y alegría. Madrid asaltando el cielo y el cielo inexpugnable e impar de Madrid. Vivas a su patrono, un labriego singular. Con seguridad, es Isidro uno de los santos de mayo que, entre todos aquellos que –simbólicamente– sirven de puente entre ... campo y ciudad, nos muestra de una forma más clara la conexión de ambos mundos, del rural y del urbano. Mundos, sociedades y culturas a las que –demasiado a menudo– se ha querido ver como realidades separadas y contrapuestas.
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Puesto que en este país ha habido políticos que abogaban por una reducción, si no desaparición, del campo. No por casualidad un escritor, y a su vez fundador e inspirador de cierta formación política, llegó a escribir que el campo es «poco más que un jardín comestible». Y podría decirse que una gran parte de la intelectualidad española vino identificando –desde tiempo atrás– el campo con el atraso y el progreso con las urbes. No hay más que revisar las consecuencias –tan desafortunadas– de las desamortizaciones que impulsaron, durante el siglo XIX, prohombres con buenísima intención (como Mendizábal y Madoz) para comprobarlo.
Sin embargo, ya el simple contraste plasmado por el hecho de que las fiestas de una de las mayores metrópolis de España estén dedicadas a un santo labrador, un trabajador de la tierra, dice mucho de todo lo contrario. De la conexión e interinfluencia (para lo bueno y lo malo) entre campo y ciudad. Así como de la evidencia de que, frecuentemente, y junto a desafíos propios y específicos, ese campo y esa ciudad comparten –también– los mismos o parecidos problemas en lo que es la configuración y funcionamiento de un país. Y no menor ambivalencia expresa el ritual mismo de esta fiesta que, al igual que tantos otros construidos en torno a patronos campesinos, incluye romería, meriendas y bailes –entre otros jolgorios– como mejor modo de celebrar las míticas hazañas de un santo milagrero que huye de la ciudad por la peste, pero que volverá a ella después, para allí –al fin– morir.
Lo cual prueba que, según ya señaló Robert Redfield, Gran y Pequeña Tradición son extremos de un mismo continuum con múltiples puntos y puentes de encuentro o de interdependencia. Aunque, en un caso como el de San Isidro, además, viene a constatarse que no sólo la Gran Tradición crea, sino que –a lo largo del tiempo– bebe y recibe igual o más de las pequeñas tradiciones populares que éstas de aquélla. Y, así, el imaginario de la misma ciudad se levanta sobre el trasfondo de los mitos y leyendas en torno a un santo partícipe de los dos mundos. Interviniendo o colaborando en dicha construcción tanto un conjunto de invenciones nacido del venero de la Pequeña Tradición como los modelos 'cultos' fijados por pintores, literatos más o menos costumbristas y autores dramáticos memorables que, dentro de la Gran Tradición, contribuirán a la reelaboración de un festejo imitable y reconocible.
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Porque quienes –desde el poder– fijan y reinventan las devociones preexistentes a determinados santos no dejan de apropiarse, manipulándolas, de esas mismas tradiciones populares. No es –en tal sentido– nada novedoso, aunque sí muy actual, encontrarse con el uso y abuso casticista de las costumbres por parte de políticos de diverso signo. De ahí, el interés de estudiar y recomponer –a partir de toda clase de fuentes– la transcendencia de San Isidro para Madrid o de santos castellanos, como San Segundo o San Pedro Regalado, para sus ciudades. Pues, siendo mucho lo que se ha escrito acerca de estas figuras, no es menos lo que queda por investigar y conocer.
Festividad de San Isidro en un Madrid de palacios y barrios, avenidas y callejas, que parece despertarse en la noche y resurgir del inacabable invierno. Un Madrid que no es la primera vez que ha sabido de muerte, plagas y destrucción. Un Madrid de élites que gustan de aplebeyarse y de pícaros encumbrados; capital que –hoy– se alza sobre la desolación y el duelo, abrazando la esperanza y la dicha. O dejándose aturdir por el bullicio con que –frecuentemente– se confunde el resplandor de ese espejismo que Buñuel identificó con el fantasma de la libertad.
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