Gila era maravilloso. Un genio. Este breve fragmento de su monólogo más famoso podría resumir, a modo de metáfora del absurdo, lo sucedido esta semana en el panorama político, desde que Ciudadanos presentara una moción de censura con el PSOE para arrebatar al PP, su socio en el Ejecutivo, el Gobierno de Murcia. Lo que ha venido después ya se sabe. La audacia y reflejos de Ayuso adelantando elecciones en Madrid. La precipitada moción del PSOE en Castilla y León. La reacción del presidente murciano convenciendo a tres diputados que habían firmado la moción contra él para dinamitarla, a cambio de una consejería para cada uno. Las prisas de los procuradores naranjas en las Cortes de Castilla y León para anticiparse, con un nuevo respaldo al pacto regional con el PP, frente a un posible cambio de criterio de Arrimadas, que reunirá mañana a la dirección nacional y podría responder al estrepitoso fracaso murciano apoyando ahora a Tudanca, en venganza y como escarmiento… Arrimadas ahora solo necesitaría para hacerlo tres procuradores que le fuesen leales. Teniendo en cuenta lo que la palabra lealtad ha pasado a significar dentro de esa formación, que se deshace como un azucarillo en medio de tanto error y descalabro. En fin, hasta la lideresa naranja que armó el taco en Murcia, Ana Martínez Vidal, en un movimiento desesperado, trató de convencer el viernes a tres díscolos de Vox para que ayudaran en su moción junto al PSOE. Sí, tres de Vox junto al PSOE. A la pobre le faltó atacar al presidente murciano, López Miras, con un par de cañones sin agujeros, como los que Gila quería devolver a la fábrica de armas. O ametrallarle con un ejército de soldados tartamudos armados con fusiles...
No viene siendo fácil analizar el debate político porque hace mucho que perdió lógica y decencia. En general. Pero lo sucedido esta semana, con casi 100.000 muertos por covid en los registros y una crisis galopante que nos exprimirá el hígado a las familias, ha sido tan detestable, tan desolador, tan mezquino, tan alejado de la realidad de la gente que había dos opciones: abordarlo desde la rabia, la desesperación y la tristeza o desde el cinismo, el esperpento y el humor. Elegí lo segundo. Como supongo que deberían hacer, para pasar el trago, los miles de exvotantes de Ciudadanos surgidos en un par de días y que preguntan: «¿Es el centro? Que se ponga».
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