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No es habitual escuchar de un político su diagnóstico preciso y sin solapas para la solución de un problema controvertido, pero el ministro alemán de Sanidad Jens Spahn, que se postuló para heredar el liderazgo de Angela Merkel al frente de la Unión Demócrata Cristiana, ... tiene la lengua corta y el formulario riguroso. En medio de la tormenta de la cuarta ola de la covid-19, que ha sacudido allí la estadística de los contagios desde que dos de cada cinco ciudadanos se negaran a recibir la vacuna salvadora, el ministro Spahn pronostica que al final del próximo invierno, los ochenta y tres millones de alemanes hoy vivos se dividirán en tres grupos: los vacunados, los curados y los muertos. La clarividencia de ese anuncio funesto y su tono cruel son el mejor lenitivo para convencer de su error con precisión kantiana a la horda de los negacionistas de la vacuna, esa tribu de expendedores de libertad con los ojos cerrados también en Alemania, patria de la precisión, del número y del dato.
Gracias a una coordinación técnica más que razonable, los países de la Unión Europea capearon la tempestad durante los largos meses estivales, abriendo las puertas a una movilidad turística prudente controlada por el pasaporte covid-19. Y, como era de esperar, el frío y la permisividad creciente en el uso de las mascarillas ha provocado la ascensión descontrolada de la infección del virus en todos los países, mientras casi todos los gobiernos llegaban a la conclusión de endurecer y hacer más efectivas las restricciones e imponer la obligatoriedad de la vacuna al personal sanitario. En algunos países, Alemania a la cabeza, el crecimiento desenfrenado de contagios está ya ahogando la disponibilidad de servicios hospitalarios por una nueva ola de enfermos que precisan ser atendidos en las Unidades de Cuidados Intensivos. He aquí la evidencia estadística y el punto débil de este sombrío escenario en los hospitales: por cada uno de los ingresados vacunados, las UCI reciben veinticinco contaminados de la covid-19 que no han recibido la protección de la vacuna. Ese dato no tiene nada de misterioso, a pesar de que no parece conmover a quienes pretenden librarse del virus con falsos argumentos científicos y algunos razonamientos celestiales.
En esta compleja encrucijada de la pandemia, los expertos sanitarios de los países de la Unión Europea que han alcanzado un nivel de vacunación aceptable (al menos un ochenta por ciento de la población) sufren la incidencia creciente de los contagios. De ese escrutinio cotidiano depende la capacidad y la eficacia del sistema sanitario: los servicios hospitalarios disponibles, los centros de enseñanza abiertos, los horarios y restricciones de los bares y restaurantes y la demanda de vacunación de los indecisos hasta la llegada de la primavera con la anunciada recuperación económica. La clave de esa esperanza es, sin embargo, la conversión y arrepentimiento de los negacionistas, que siguen gritando su falsa libertad en las redes de internet, celebrando ignorantes debates de pureza corporal contra la vacuna en sus parroquias políticas y místicas. Su sermón complotista y absurdo, sin argumento racional alguno, pone en peligro al sistema sanitario en su conjunto y a la libertad colectiva, pero su griterío es cada día más débil y aislado. Deberá imponerse ya este principio de la convivencia sin barreras ni privilegios: existe el derecho a no vacunarse, pero no el privilegio de poner en peligro la salud de los demás y, en consecuencia, la falta del pasaporte covid será válido sólo para ir al trabajo, mas no autorizará la entrada en el bar, el restaurante, el teatro o el gimnasio.
Hace apenas dos años la primera huella del coronavirus aparecía sólo en revistas científicas que anunciaban la existencia de un misterioso virus mutado, bautizado entonces con las siglas Sars-Cov2. En la primavera del año 2020, la catástrofe anunciada invadió los cinco continentes en condiciones tan precarias de información científica y de medios sanitarios que el sistema hospitalario de todos los países fue desbordado por la falta de conocimientos médicos y de recursos. Las vacunas trajeron antes de lo esperado, hace un año, la expectativa de una probable victoria frente a la pandemia. A pesar de las incertidumbres de los científicos, los países occidentales han recorrido ya el largo trecho de la ignorancia inicial para atajar la enfermedad y hoy la diversidad de normas sanitarias en los países de la Unión Europea es sólo aparente. Gracias a la ciencia, el futuro ha abierto sus puertas para doblegar definitivamente a la pandemia. Podemos mirar ya sin miedo la estela de muerte, el pánico y el desconcierto que nos asfixió durante los largos meses en que estuvimos atrapados en los primeros pasos del desconcierto. La máquina de la ciencia mira al monstruo ya sin miedo y sigue avanzando: de todas las vacunas en desarrollo de la covid-19, más de trescientas, sólo diez han alcanzado la fase de su estudio clínico.
La pandemia que estalló hace dos años ha puesto a los ciudadanos de la Unión Europea en la vanguardia de su prevención frente al virus, oportunidad y esperanza de un cambio de rumbo de esa Europa insegura, capaz de mirarse de lejos para redescubrirse a sí misma. El vaticinio de Jean Monnet, el primer arquitecto de la Europa unida, señaló hace setenta años con sentimiento resignado las brechas del proyecto, entre la esperanza y la ambición: «Europa se formará a través de las crisis que sufra, cuya solución será la suma de sus propias crisis».
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