Los mayorones hemos soportado razonablemente bien los confinamientos cuya única vía de escape era asomarse a la ventana para aplaudir a los sanitarios que se dejaban el pellejo por todos nosotros. Durante la prohibición expresa de salir de casa, servidor y otros que conozco recorríamos ... el pasillo hasta desgastar el parqué, que por lo menos en mi caso ha perdido todo el lustre. Con esto quiero decir que aquellas reclusiones fueron menos penosas porque, además, ofrecían el respiro de acercarse un ratito al súper a comprar cosas, aunque no hicieran falta.
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Sin embargo, la aparente calma con la que muchos nos tomamos una situación completamente desconocida resultó ser un castigo bíblico para los más jóvenes, tal y como refleja esta encuesta. Puede que al conjunto de la población el encierro nos haya mellado un poquito la sesera, pero tiene que haber sido demoledor para esos chavales que están enteros y con más energía que una central hidroeléctrica. Por ello no sorprende que muchos se hayan enganchado del todo al móvil, a las tabletas y a cualquier artilugio electrónico que les permita jugar en solitario o en conexión con otros colegas igual de aburridos.
Hace años intuí que estos sistemas de comunicación habían llegado para quedarse; lo que no me esperaba era que acabaran cambiando las vidas y la forma de comunicarse de criaturas que con un móvil a mano se olvidan de que existe la calle.
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