La única pasión irrenunciable es la de tu equipo de fútbol de toda la vida. Este año nos han puesto a prueba. En casi cincuenta años jamás había sentido tanta impotencia y vergüenza de ver jugar a mi equipo. Ni siquiera en los peores momentos ... de Segunda División. Porque este año había plantilla para salvarse tranquilamente. Algo imposible si al mando está alguien que propone un futbol rácano, mezquino, pusilánime, ramplón, bochornoso. Alguien que desquicia a sus propios jugadores con propuestas cobardes, con alineaciones surrealistas, con cambios incomprensibles y con una nefasta gestión de los partidos.
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Alguien que les hace jugar con el freno de mano y con una mochila de veinte kilos. Porque a él no le valen los buenos jugadores. No le valía Porro, Verde, De Frutos, Ben Arfa. No le gusta Weismann. Ni Jota. Ni Olaza. Ni Kike. Solo ha entrenado a no perder. A colgarse del larguero como táctica principal. A buscar los empatitos cobardes. Es desesperante y vomitivo ver a un equipo que tira a puerta una o dos veces por partido. En las últimas semanas, al míster solo le ha interesado reírse del aficionado. Alineaciones provocadoras y ruedas de prensa más provocadoras todavía hablando de sinergias, de frecuencias y de que el fútbol no está siendo justo.
Ha pasado de ser un héroe tras un ascenso milagroso y un primer año muy meritorio a quedar como un apestado en esta ciudad. No es el único culpable. El Titanic se hundía y O Fenómeno mandó seguir tocando a la orquesta. Qué manera más triste de irse a Segunda. No sabíamos que a los enemigos los teníamos dentro.
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