Elvira Roca y el malquererse

Hace ahora unos 40 años, RTVE rodó la más importante obra audiovisual sobre Cervantes que se conoce, la serie de Alfonso Ungría del mismo título. Eran tiempos de UCD y de las dos cadenas únicas de televisión y contaba con el aval de Camilo José Cela como supervisor del guion. Un Cela que ya era famoso, aunque le faltaban unos años para recibir el Nobel. Pues bien, no solo el relato giraba en torno a los inventados afanes de un inquisidor por amargarle los últimos años de vida al autor de 'El Quijote', sino que incluía un proceso inquisitorial contra el escritor con condena incluida. Todo ello para que, a renglón seguido, la voz de un narrador reconociera que no existía constancia documental de tal juicio, pero que ello no implicaba mentira porque, muy probablemente, Cervantes sufrió el acoso del Santo Oficio, aunque no figure en documento alguno de una institución que no se caracterizó precisamente por el ocultamiento.

El resultado de esta operación audiovisual es que varias generaciones de adultos de nuestro presente están convencidas de que el autor de las 'Novelas Ejemplares' sufrió el acoso de la Inquisición, lo que probaría ese carácter autodestructivo y cainita que, al parecer, marca nuestra alma nacional. Hoy, 40 años después, y con decenas de investigaciones sobre Cervantes encima de la mesa, sigue sin aparecer prueba definitiva de tal persecución. Lo único que nos consta es que la Inquisición censuró dos frases de 'El Quijote' escasamente relevantes y que Cervantes fue muy querido por algunos religiosos y menos por otros. A eso queda reducida la excepcionalidad española.

He aquí un ejemplo nítido, rotundo y relevante, pues se refiere a nuestro escritor más universal, de dos de las tesis de Roca Barea que más incomodan a quienes no las vieron o no las quisieron ver: la pervivencia de la leyenda negra entre nosotros, tantos siglos después, y, sobre todo, la complicidad de nuestras élites culturales (aquí representadas por don Camilo) en su sostén.

El resultado es una imagen autodestructiva de la historia de España que no solo es negativa, sino que, para colmo, muy a menudo ni siquiera es justa. Pero denunciarlo, según parece, es abonarse a la 'leyenda rosa'. Ya explicó Carmen Iglesias que 'No siempre lo peor es cierto', pero el poso negrolegendario que los españoles llevamos pegado a la piel nos invita, contumazmente, a creer lo contrario. Y ahí está esa negatividad lastrándonos, trabándonos, problematizando constantemente nuestra realidad, y hasta nuestra existencia nacional, de un modo sin parangón en nuestro entorno –y sin causa que lo justifique– que sirve de excusa y legitimación para todo tipo de tropelías.