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Óxidos y Vallisoletanías

Elogio del empresario

«Se ha trabajado en hacer creer que los empresarios son esos señores con barriga que pellizcan el culo a las secretarias»

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 13 de septiembre 2024, 09:03

Vivimos tiempos oscuros y de retroceso en muchos niveles, no solo en el democrático, que por ser el más importante también parece el más evidente. Por ejemplo, también se percibe en el ámbito cultural, en el artístico y en el intelectual. El panorama es desolador ... y no solo en la parte de la oferta, cada vez más vulgar, más mediocre y más militante; también en la parte de la demanda la Cultura se ha desplomado, la sociedad parece no tener ningún interés por aprender, ninguna curiosidad por la reflexión y de algún modo confunde Cultura con entretenimiento. Y aunque la Cultura pueda entretener, su objetivo es otro, fundamentalmente hacerse preguntas e intentar comprender el mundo y el papel que tienes en él. Si te acercas a la Cultura para pasar el rato o para reforzar tus certezas, pasa lo que pasa, que nos sale una sociedad polarizada, fanatizada y ahogada en sus propios sesgos que mira una pantalla como las vacas miran al tren.

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Pero ni siquiera eso es lo peor. El retroceso más sibilino que estamos viviendo corresponde a la criminalización de la actividad empresarial. Se ha trabajado mucho y con mucha insistencia en hacer creer a la población que los empresarios son esos señores con barriga, chistera y un puro en la mano que pellizcan el culo a las secretarias, que subyugan al trabajador con un látigo y que ejercen contra él una especie de poder violento, sistémico e ilegítimo. Bien, no seré yo quien niegue la existencia de empresarios sinvergüenzas, pero, desde luego, no en mayor medida que trabajadores sinvergüenzas. Y en cualquier caso todo esto no es inocente. La persecución de la libre empresa, de la libertad económica y del capitalismo esconde, en realidad, una pulsión totalitaria que pretende hacer creer a la gente que en realidad son esclavos, que son incapaces de tomar las riendas de su propia vida sin ayuda de los que pretenden capitalizar su descontento y que dependen de ellos para salir adelante.

Es cierto que, por el otro lado, existe una panda de libertarios friquis encabezados por gente como Milei que lejos de ayudar a la lucha de la libertad, la prosperidad y el progreso, lo entorpecen llenándolo de significantes perniciosos, profundamente equivocados y contraproducentes. Porque, desde luego, el estado no es el enemigo. Una sociedad madura tiene un estado fuerte, con servicios públicos de calidad y unos niveles de dignidad mínimos asegurados para todos. Pero también debe tener una actividad económica boyante, algo que resulta imposible sin actividad empresarial. No hay nada de moderno en criminalizar y desprestigiar al empresario, al igual que no hay nada de moderno en humillar y maltratar al trabajador porque ambos son partes integrantes de una misma abstracción llamada 'empresa', sin la cual no existe el estado social. Es imperativo que la sociedad comprenda que para repartir la riqueza primero hay que crearla y que para crearla conviene no machacar, destruir y entablar guerras contra quien la crea; que no existe socialdemocracia sin capitalismo y que el empresario no solo no es el enemigo, sino que es la piedra angular sobre la cual orbita todo. Si existen derechos no es solo porque la sociedad así lo ha decidido sino, fundamentalmente, porque hay quien se juega su patrimonio para crear una riqueza que se transforma en gasto privado vía salarios y en colegios, hospitales y becas vía impuestos, que no solo salen de las empresas en primera persona sino también de los trabajadores que reciben sus nóminas de esa misma empresa.

La actividad empresarial cumple, además, un mandato constitucional. Es importante recordar que vivimos en un estado social y democrático de derecho, pero, por idéntico motivo conviene que tengamos claro que la Constitución, en su artículo 38 protege y defiende la libre empresa en el marco de una economía social y de mercado. No nos podemos quedar solo en la parte de economía de mercado –es decir, plenamente liberal– pero tampoco solo en la parte de economía social –es decir, en la aberración que algunos pretenden hacernos creer que debería ser–. Ambos reduccionismos son populistas, erráticos y no ayudan en absoluto a la sociedad en su conjunto.

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Pero, además, me gustaría saber cómo pretenden que exista una economía social y de mercado criminalizando a los empresarios situándolos en la diana como enemigos no solo del trabajador sino directamente de la igualdad. Cualquier sociedad que se precie ha de situar al empresario en el lugar que le corresponde. Y creo que es el momento de ponerse a trabajar para revertir todo el daño hecho y que la sociedad mire bien al autónomo, al comerciante, al pequeño empresario, pero también al grande, al que solo le falta tener que pedir perdón por su éxito. Es importante que la gente joven comprenda que una empresa aúna personas, recursos materiales y procesos para intentar crear algo que la gente necesita y demanda. Es decir, el intercambio económico es el resultado de la satisfacción de una necesidad previa. Sin eso no hay nada que hacer. Y si satisfaces las necesidades de unos cuantos, puedes vivir. Si satisfaces las necesidades de muchos, puedes ganar dinero, pero ganar muchísimo dinero es necesariamente la consecuencia de haber satisfecho muchas necesidades de muchas personas. Ahí tenemos a Zara. Ese es el camino: si quieres tener mucho dinero debes, previamente, hacer feliz a muchísima gente. Parece un trato justo. Y quien dice Zara dice bodegas de vino, productores de azúcar o constructores de pisos.

No solo no hay nada de malo en ello, sino que tiene mucho de bueno: producen y comercializan lo que la gente necesita. Y más allá de todo esto, que es puramente racional, debemos entrar en lo afectivo, en el terreno de los sentimientos, en la legitimidad de lo mercantil y en el impacto positivo que las empresas tienen en la sociedad. Está muy bien ser funcionario. Necesitamos funcionarios. Pero nuestros jóvenes no pueden crecer creyendo que esa es su única oportunidad. La sociedad también necesita empresarios, es decir, líderes que a través de su esfuerzo y su talento sean capaces de generar riqueza para sí mismos y para todos. Porque más allá de demagogias y populismos, el progreso social no es posible sin un progreso económico previo. Y ese progreso económico no es posible sin empresarios, a los que debemos respeto, agradecimiento y reconocimiento. Tengan o no un Lamborghini.

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