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Las élites inician el desfile por esta Pasarela del poder. Estuvieron de moda en el siglo XIX, fueron objeto de debate en las crisis del XX y han sido diana de tiro a principios del XXI. Al historiador le interesan porque siempre tienen poder. Su ... etimología viene de electo, selecto, no procede de cuna, etnia o dinastía. Late en su fondo la idea platónica de rector, dirigente o notable. El DRAE las define como minoría selecta o rectora. No describe la esencia de individuos, sino la acción y actitud de grupos de poder. Las élites no tienen poder por ser élites, sino que son élites porque tienen poder. Por eso, quienes suben al poder (incluso para derrocarlas) se convierten en élites.
A la pregunta ¿quién manda? se suelen dar dos respuestas. Una dice que son las minorías y otra que es la masa, para unos son las élites y para otros los movimientos sociales. En las crisis suelen relevarse las élites, unas veces se las condena como castas corruptas y opresoras de masas, otras veces se las defiende por ser contrapeso de movimientos sociales, dictaduras del proletariado o catervas nazis. Pero ambas respuestas son simplistas, convendría mezclarlas. Influyen las élites que deciden, pero sobre esa decisión actúan las masas, porque el poder democrático es recíproco, mutuo y se retroalimenta electoralmente de la sociedad.
Históricamente, el concepto de élites nace de los ideales republicanos franceses del s.XIX. Se aplicó al grupo de ciudadanos que ejercían el poder escogidos por sus capacidades y virtudes, no por su origen o linaje. Es decir, que se llamó élites a los sujetos del poder en el momento y lugar donde se proclamó la soberanía popular, la constitución, la representación y la separación de poderes.
A fines del XIX y en el primer tercio del XX, una serie de filósofos y sociólogos (Pareto, Mosca, Weber, Schumpeter) debatieron qué eran las élites y cuál su papel social y político. Contrapusieron los riesgos del elitismo liberal decadente con los del emergente colectivismo obrero, bolchevique y fascista de entreguerras.
Con estos ojos, podemos ver un fugaz desfile de las élites y su gestión de poder en España desde el XIX hasta hoy. Las primeras fueron las innovadoras élites de la etapa fundacional de las Cortes de Cádiz, que expulsaron al francés, construyeron los fundamentos del Estado e implantaron los tres poderes y la administración liberal.
Vinieron luego las élites absolutistas, débiles, enfrentadas, con rémoras tradicionales e intransigentes teocracias, que destruyeron las instituciones liberales, generaron una guerra civil y frenaron el incipiente capitalismo. La convivencia liberal de élites progresistas incisivas y moderadas en calma logró superar conflictos religiosos y militares, liberar la propiedad, cambiar las finanzas, construir el FC y permitir asociarse a los obreros.
En otra crisis profunda, la generación de 1868 superó el liberalismo, controló el ejército, democratizó la monarquía, ensayó la república federal, y logró internacionalizar el socialismo, el anarquismo y la cultura de España.
Las élites conservadoras de la Restauración abusaron de la sobredosis monárquica como tabla de salvación, practicaron el turnismo y el caciquismo, falsearon las elecciones y pasaron de imperio a nación con una grave crisis de identidad.
Otras poderosas élites, tras las crisis del 98 y el regeneracionismo, vinculadas a la Institución Libre de Enseñanza y a las generaciones del 14 y 27, alimentaron la edad de plata de la cultura que nos volvieron a aproximar a Europa. Curtidos en los conflictos colonial, militar, epidémico, bélico, anticlerical y obrero, modernizaron España.
Primo de Rivera depuró estas élites y las relevó con otras militares. Luego el crack del 29 y las elecciones de 1931 dieron el poder a unas nuevas élites universitarias y civiles que implantaron la democracia de la Segunda República, reformaron la educación, dieron el voto a las mujeres e integraron las regiones del país.
En las dramáticas crisis de golpe de Estado, guerra y dictadura, se impusieron unas élites militares y autoritarias que oprimieron al país con la pobreza, la ausencia de libertad y una autarquía económica que nos enfrentó a Europa. Tras la Segunda Guerra Mundial, la dictadura colocó unas élites tecnócratas que con el desarrollismo y el turismo alargaron la dictadura.
Al morir el dictador Franco, las élites de la Transición, con liderazgo y convicción, lograron el consenso de obreros, estudiantes y profesionales, implicaron a católicos, legalizaron al PC, firmaron los pactos de La Moncloa, superaron la crisis del petróleo, redactaron la Constitución, reconciliaron a los españoles y consolidaron la democracia.
Las revueltas mediterráneas de 2008, las crisis financiera e inmobiliaria y los Indignados del 15M fueron elementos de la crisis continental que generó unas nuevas élites populistas. Se empobreció la sociedad, el Estado de Bienestar se resintió, muchos bancos quebraron, el paro castigó a los españoles y el procés independentista catalán retó al Estado. Los populistas gritaron ¡casta corrupta! ¡no nos representan! y despreciaron las élites de la Transición. Escindidos en comunes y comités de defensa, despreciaron los consensos, limitaron las competencias del Estado, deterioraron los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, banalizaron los valores de izquierda y derecha y polarizaron la sociedad.
Es verdad, la culpa de todo lo bueno y lo malo la han tenido las élites, pero no por ser élites, sino por el tipo de poder que han ejercido.
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