A punto de nieve
Preparar un plato es el mejor de los cortejos amorosos y puede servir como un perdón, una declaración de amor o la expresión más directa de la solidaridad
Elena Moreno Scheredre
Domingo, 4 de febrero 2024, 00:05
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Elena Moreno Scheredre
Domingo, 4 de febrero 2024, 00:05
Detrás de muchos cocineros con estrellas Michelin se esconde un pasado de fracaso escolar, de búsqueda infructuosa y hasta de coqueteo con la delincuencia. En las entrevistas, acostumbran a salir por peteneras, escudándose en que eran niños movidos o que no encontraban su lugar. Ahora ... las escuelas de cocina se disputan la sabiduría, casi la alquimia del oficio.
Cualquier alumno que haya pasado por una de ellas conoce los valores nutricionales, la acidez o el origen de una avellana a la que la química la hará trascender a un estado desconocido. Pero hace veinte, treinta o cuarenta años las cosas eran distintas. Las amas de casa levantaban las claras a muñeca y tenedor hasta hacerlas eternas como las nieves del Kilimanjaro. Daban sus recetas empleando ese vocabulario tan de madre… una pizca de canela, una cucharadita de azúcar o un si es no es de harina.
Una miraba atenta la pasteurización de aquella leche que traían en cantimploras y que teníamos la misión de vigilar para que su ebullición llegara hasta el mismísimo borde sin derramarse. Había en la liturgia de los pucheros una redención segura y perfecta, porque alimentar siempre ha sido el acto de amor más generoso. Preparar un plato es el mejor de los cortejos amorosos y puede servir como un perdón, una declaración de amor o la expresión más directa de la solidaridad.
Las mujeres hemos sido extraordinarias cocineras, más por obligación que por elección, dominábamos la salud, la economía y el placer de los nuestros, sin saber que los tiempos que vendrían no iban a ser buenos para el fuego lento. Estaba claro que no podíamos pasarnos la vida haciendo croquetas con las sobras del cocido, así que cogimos el bolso y salimos al mundo sin saber que nadie iba a reemplazarnos en algo que a primera vista no parecía tan importante.
La comida rápida o precocinada llegó para quedarse con sus envases plásticos, sus calorías y sus glutamatos, y comer bien, rico y saludable se convirtió en un lujo. En las oficinas, el colegio o donde nos pille el apetito nos metemos una de esas metáforas alimenticias y ya vendrá la culpa y la reparación más tarde. Hacer la compra, escoger los alimentos, cocinarlos, ponerlos en la mesa y no olvidar que las sartenes y cazuelas no deben meterse al lavaplatos porque se estropean. Ya sé que hemos seguido el camino de la sociedad del bienestar, pero estoy mosqueada. No sé cómo hemos llegado a degradar tanto las cosas esenciales: la tierra, el agua, los alimentos, el amor…
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