Debate electoral en Telemadrid previo a las elecciones a la Asamblea de Madrid. J. Hellín-EUROPA PRESS

Unas elecciones degradadas

«Es de suponer que aquí, ente nosotros, también hay rozamientos institucionales en el sistema que impedirían cualquier exceso»

Antonio Papell

Valladolid

Martes, 4 de mayo 2021, 07:16

La suerte está echada y esta noche la comunidad autónoma de Madrid tendrá la respuesta al requerimiento electoral de las instituciones: los madrileños se habrán pronunciado sobre si desean una fórmula de continuidad que represente la convalidación de todo lo ocurrido en los últimos tiempos, ... o un cambio de gobierno para que la izquierda tome el relevo. Pero bien puede decirse que nada será igual mañana que ayer, ya que estas elecciones sensiblemente degradadas han dejado huellas indelebles en el porvenir de este país, que deberíamos cuidar con más mimo a partir de ahora: las instituciones son elásticas y tienen una determinada resiliencia, pero no admiten que se las retuerza hasta el infinito.

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La mayor frivolidad ha consistido en celebrar elecciones innecesarias en medio de la gran pandemia, asunto en el que es difícil detectar culpables e inocentes. La convocatoria electoral decretada por Ayuso fue posterior a otras marrullerías, que a su vez fueron subsiguientes a corruptelas indecorosas. La corrupción es endogámica y en este país hemos perdido, además de la honra, consumida por los partidos políticos, la finura en el cálculo, y sin quererlo ni beberlo nos hemos visto envueltos en un colosal zafarrancho de combate en medio de una extraordinaria mortandad y mientras había que proceder a la vacunación del mayor número posible de personas para detener la sangría cuanto antes.

Los muertos claman a los políticos que hubieran podido salvarles si en lugar de entretenerse en sus luchas aldeanas, hubiesen dedicado su capacidad y su tiempo a organizar mejor lo que, como siempre en este país, fue una caótica improvisación. Improvisación que no es censurable en sí misma (nadie sabía cómo actuar en una ocasión así), pero sí cabe señalar la irresponsabilidad que supone polemizar abiertamente sobre las medidas de seguridad, y extender la falacia de que preservar las vidas impidiendo los contactos y las actividades era/es un modo de arruinar a la gente.

Se ha jugado con los conceptos -se ha abusado de nuevo de los elogios a la conocida y engañosa curva de Laffer- asegurando a la gente que una bajada de impuestos enriquecerá a todos y solucionará la pésima educación y la grave carencia sanitaria que padece la región, y la extrema derecha, en un sobreentendido constante con la derecha democrática, ha impregnado el debate de desabrimiento y odio, de segmentaciones y afrentas. Lo grave del caso es que, para dar densidad a la dialéctica y buscar una polarización que varias organizaciones consideraban beneficiosa para sus intereses, se han recuperado conceptos antiguos -comunismo, fascismo- que no vienen al caso porque, como ha escrito atinadamente Albert Recio, esos fantasmas sacados de otro tiempo no describen ahora verdaderas realidades. El riesgo no consiste en que resurjan Hitler o Mussolini, que nacieron en un irrepetible contexto histórico, sino que se extienda la escuela populista de Trump.

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«Es cierto -escribe Recio- que en toda la extrema derecha pululan sectores ligados al integrismo religioso, que a veces pueden ser muy letales», pero «el Trump abusón, mentiroso y depredador sexual es más representativo de esta nueva derecha que cualquier meapilas del Opus Dei. Y, en España, esta nueva derecha, [...] no va a tener, en el contexto actual, el protagonismo esencial. El peligro no es el abrazo de Vox al PP, el peligro es la hegemonía del PP trumpista, del Junts per Catalunya trumpista. El peligro, en definitiva, es la hegemonía de esta nueva ultraderecha, a la vez autoritaria y dicharachera, elitista, depredadora, defensora del empleo para los de casa».

Trump regateó a su gente la vacuna contra el coronavirus y se opuso a limitar la actividad económica con el argumento de que no quería arruinar a los americanos. Por fortuna, los pesos y contrapesos ('checks and balances') del sistema institucional americano impidió que el presidente saliente llevara aquellas teorías al extremo, lo que hubiera sido todavía más letal de lo que realmente fue. Es de suponer que aquí, ente nosotros, también hay rozamientos institucionales en el sistema que impedirían cualquier exceso. Por suerte, la retórica no gobierna, aunque a veces nos escandalice y nos amargue la vida.

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