En el largo proceso de desarrollo y consolidación de las democracias parlamentarias que arrancó con el fin de la Segunda Guerra Mundial la alternancia fue un fenómeno incruento que vitalizó las democracias y facilitó el avance ideológico y material de los regímenes. Pero con el ... surgimiento de los populismos de extrema derecha, tales procesos evolutivos han cambiado. La derecha y la izquierda moderadas, el liberalismo conservador y la socialdemocracia, han tenido que aliarse con frecuencia frente al radicalismo ultra, que ha irrumpido traicioneramente con nostalgias fascistas.
Publicidad
El ejemplo más claro de lo que quiere decirse es el que se desprendió de las elecciones presidenciales francesas de 2002: en la segunda vuelta presidencial compitieron la derecha convencional y democrática de Jacques Chirac y la extrema derecha del racista y antisemitista Jean-Marie Le Pen (los socialistas de Jospin habían cosechado un estruendoso fracaso), y, tras una campaña sin precedentes de movilizaciones en favor de la democracia, Chirac obtuvo más del 82% de los votos y Le Pen menos del 18%. Con una magnanimidad admirable, toda la izquierda votó al conservador Chirac para arrinconar al fantoche ultraderechista que amenazaba la integridad de la V República.
En Estados Unidos, la victoria de Biden no solo ha supuesto una alternancia entre las dos visiones del progreso que han competido en las últimas décadas sino también, y sobre todo, el triunfo de una acepción cabal, humanista, magnánima de la democracia y una degradación esperpéntica del presidencialismo norteamericano.
Estados Unidos, además de representar el bastión sobre el que se apoyan las creencias y los valores occidentales -la humanidad no olvidará su papel destacado en el combate material contra los totalitarismos que salvó a Europa de los genocidas que habían protagonizado el mayor crimen de la historia-, han sido el contrapeso del fracasado colectivismo y el laboratorio en que la inteligencia humana ha fraguado el devenir vertiginoso del progreso. Aun con sus evidentes defectos, Norteamérica ha moldeado durante la segunda mitad del siglo XX el multilateralismo que hoy es una forma civilizada de convivencia que hay que perfeccionar y ha sido el principal promotor de una globalización que, aunque no es el fin de la historia como pensaba Fukuyama antes de su ulterior evolución, sí representa unos códigos de valores y de derechos que dignifican a toda la humanidad.
Publicidad
La respuesta desabrida y sospechosa de Trump a la evidencia de su derrota sólo tiene una explicación: el populismo de este personaje y su numeroso séquito no contemplaba la alternancia como una posibilidad real. El hecho de que se proclamase vencedor (sin fundamento alguno) al mismo tiempo que anunciaba airadas protestas judiciales contra lo que consideraba el robo de la corona presidencial evidencia la burda pretensión del magnate de permanecer a toda costa como un hecho incontrovertible, dijeran lo que dijesen las urnas. El hecho de que tres de las cinco grandes cadenas de TV de los Estados Unidos le quitaran la palabra cuando Trump mentía descaradamente al denunciar fraudes inexistentes que nadie había visto es gravísimo, y pone de manifiesto el intento de lograr una consagración autoritaria, providencialista, mesiánica.
Trump se va sin embargo para siempre, y llega en su lugar un personaje gris que ha sostenido en sus provectos brazos la dignidad de la República. Biden será un buen o un mal presidente pero su sola presencia moderada y cabal devuelve al Estado norteamericano la solvencia y la estabilidad. Ahora habrá que reconstruir todo lo devastado, desde el multilateralismo -Naciones Unidas tiene que recuperar el predicamento- al vínculo trasatlántico, desde el reconocimiento de las grandes injusticias -los palestinos han de recuperar la esperanza- al renacimiento de una moderna OTAN que sostenga las libertades y los derechos humanos y los defienda de todas las amenazas.
Publicidad
El mundo está de enhorabuena y la democracia ha demostrado su capacidad de reacción y de versatilidad. Al fin y al cabo, la racionalidad es el gran motor que nos ha traído hasta aquí desde el origen de nuestros 200.000 años de historia.
Noticia Relacionada
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.