La ciudadanía venezolana vota hoy en unas elecciones presidenciales que la oposición, esta vez unida en una única candidatura, ambiciona que sean decisivas para derrotar en las urnas al régimen chavista que lleva un cuarto de siglo en el poder, primero con Hugo Chávez y ... luego con Nicolás Maduro. La presencia de observadores internacionales y episodios como la expulsión de exmandatarios latinoamericanos y otras delegaciones desplazadas al país como la del PP por motivaciones ideológicas ejemplifican las inquietantes turbiedades que pesan sobre el proceso electoral, en una América Latina que no logra desprenderse del lastre de los regímenes populistas de distinto signo. Resulta difícilmente asumible por las democracias asentadas, al tiempo que fuerza las costuras de la comunidad internacional alineada con la defensa de los derechos civiles, la celebración de un proceso electoral condicionado por las posibles irregularidades. Si pese a esa sombra la oposición logra imponerse a con una victoria tan incontestable como para no poderla negar, Maduro deberá permitir un cambio que tendrá ante sí la misión perentoria e irrenunciable de recoser la convivencia y devolver un bienestar identificable a los venezolanos.
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