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La conmemoración del vigésimo aniversario de los atentados yihadistas del 11 de marzo de 2004 en Madrid y la del Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo ofrecieron ayer mensajes de solidaridad unitaria, junto a notas de división partidaria. Porque no todos acudieron o se ... sintieron invitados a todos los actos de memoria. El terrorismo más indiscriminado, el asesinato en masa, genera en las víctimas la dificultad de reconocerse como tales. La muerte causada a un ser querido, las heridas físicas y el quebranto psicológico que soportan quienes sobreviven a lo peor, hace que tiendan a considerarse pacientes fortuitas de un Mal que no iba con ellas. Que se subieron al vagón equivocado. O se encontraban en un sitio fatal. Lo mismo ocurrió con el 11-S, con los atentados de Londres. Y ocurre todavía en distintas partes del mundo. Incluso allá donde yihadismo sigue siendo una palabra polisémica. Y a la víctima le cuesta reconocerse como tal, evitando señalar al victimario.
Las víctimas del terrorismo requieren de un abordaje común y solidario. Pero, antes de nada, necesitan reconocerse a sí mismas. Personas con futuro dispuestas a dar sentido a su vida a cuenta, también, del pasado más terrible. Felipe VI llamó a la transmisión de lo ocurrido en las aulas, como «la mejor pedagogía contra la radicalización». En una acertada prescripción para la convivencia. Aunque sería interesante saber cuántos progenitores respondieron ayer con detenimiento a las preguntas que sus hijas e hijos, o suscitaron una conversación al respecto del 11-M. Porque son las madres y los padres, las abuelas y los abuelos, los que pueden y tienen que dar sentido a la memoria. Ayer la fundación FAES, presidida por José María Aznar, explicó lo ocurrido señalando que «nunca, jamás llegó a manos del Gobierno ningún documento oficial que descartase definitivamente la autoría etarra y afirmara sin titubeos la responsabilidad yihadista». La cronología que ofrece el texto invita a la autocrítica de otros responsables políticos y de distintos medios. Pero lo publicado promueve la desmemoria a base de juegos de palabras. Cuando es inadmisible que la diatriba partidaria siga hurtando verdad a lo ocurrido. Nadie podía asegurar a ciencia cierta que no fuera ETA. Pero la pregunta estaba trucada, cuando todos los indicios apuntaban en otro sentido. El esclarecimiento de los hechos acabó presentando el terrorismo etarra como un Mal de menor graduación.
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