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En los seis meses transcurridos entre las elecciones del 9-J y el comienzo ayer del mandato de la Comisión Europea, el mundo no solo no se ha detenido sino que ha alcanzado una velocidad de vértigo. El colegio de comisarios no tiene tiempo que perder para responder a los fenomenales desafíos que enfrenta ya el bloque comunitario, con una labor que conjugue en los próximos cinco años el respaldo a los valores comunes con una eficacia visible para recuperar la confianza de tantos ciudadanos seducidos por el espejismo populista. Si «queremos a Ucrania dentro de la UE», como dice Ursula von der Leyen, urge prepararse para proteger a Kiev de la posición que adoptará Donald Trump una vez en la Casa Blanca. La guerra comercial que presagia el proteccionismo de la futura Administración de EE UU y el potencial chino exigen acierto en medidas que impulsen el mercado continental, pero no exclusivamente a costa de posponer el combate contra el cambio climático. La gestión de la inmigración demanda, a su vez, superar la actual cesión a los egoísmos nacionales. Y aprovechar el talante dialogante del presidente del Consejo, António Costa, para dedicar más atención al Sur Global.
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