Cuando se acerca el tercer aniversario de la invasión masiva, Volodímir Zelenski desciende a compartir su disposición a negociar con Rusia «si es la única forma de traer la paz». Solo para cosechar el desprecio redoblado del Kremlin, que también se dice «abierto» a hablar, pero de la rendición de Ucrania; y no con un dirigente que considera «ilegítimo» por negarse a convocar unas elecciones que violarían la Constitución y en las que difícilmente participarían los 800.000 movilizados ni los millones de desplazados por la guerra.
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Otras declaraciones del presidente ucraniano obtienen menos eco del que merecen, en particular el recuerdo a sus aliados de que solo se alcanzará una solución pacífica si Kiev logra garantías de seguridad contra el expansionismo ruso. Suecia y Finlandia corrieron a conseguir el paraguas de la OTAN que a Ucrania se le niega cuando está sirviendo de muro de contención para todos los europeos. Kiev da la bienvenida a la reclamación de sus 'tierras raras' por Estados Unidos. Pero este botín yace bajo territorio dominado o ambicionado por los invasores y Trump bien podría decidir que conviene más a sus intereses entenderse con Vladímir Putin.
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