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La visita oficial de Pedro Sánchez a China no solo demuestra su creciente proyección exterior, sino la lógica inquietud del Gobierno por una posible carambola diplomática que tendría efectos muy nocivos para nuestro país: las represalias al porcino español que prepara Pekín por los aranceles anunciados por la UE a sus coches eléctricos. Las exportaciones del sector a ese país –su principal cliente– se elevaron el pasado año a 1.233 millones de euros. Los esfuerzos del presidente del Gobierno por convencer a las autoridades chinas, con Xi Jinping a la cabeza, de que una guerra comercial entre la Unión y la segunda potencia mundial no beneficiaría a nadie chocan con un tensión mutua de alto voltaje que es preciso rebajar. La amenaza de Xi pretende presionar a España para que se desmarque de una medida destinada a frenar la invasión de vehículos chinos a bajos precios gracias a subvenciones estatales, lo que amenaza el futuro de una actividad estratégica para la industria europea. Sánchez tiene una oportunidad de exhibir su influencia internacional, aunque la asimetría en las relaciones económicas del gigante asiático con la mayoría de los países es un poderoso factor en contra.
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