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Una España envejecida, con más defunciones que nacimientos pese al bienvenido ascenso de la esperanza de vida, ganará un 10,6% de población en los próximos 15 años gracias exclusivamente a la llegada de inmigrantes. En ese periodo aumentarán más de un 45% los mayores de 80 años, se triplicará el número de centenarios y en un tercio de los hogares vivirá una sola persona. Las proyecciones presentadas ayer por el INE dibujan un país muy distinto al actual, cuyos cambios impactarán de lleno en el tejido productivo y social y obligarán a repensar el Estado de bienestar tanto para adecuar su respuesta a las nuevas necesidades como para ajustar a ellas unos Presupuestos con unas exigencias muy superiores en materia de sanidad y dependencia. En realidad, los profundos cambios demográficos que perfilan esas cifras están ya en marcha, si bien en una fase preliminar. El acelerón previsto a corto plazo debería empujar a las instituciones a prepararse ya para un escenario de enorme complejidad. Del acierto de las medidas para encarar un drástico descenso de la población autóctona en edad de trabajar y un paralelo incremento de los jubilados dependerá nuestra prosperidad en un futuro próximo.
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