Una mujer observa en televisión la lectura del comunicado de ETA anunciando el cese definitivo de su actividad armada en octubre de 2011. Efe
Editorial

Retratarse con Bildu

El daño causado por ETA aún duele y exige del presidente una política de memoria más audible que sus pactos con los de Otegi

El Norte

Valladolid

Domingo, 15 de octubre 2023, 00:10

El presidente Sánchez traspasó el viernes una línea roja que hasta ahora no había cruzado ninguno de sus antecesores en el cargo: la de mantener una reunión oficial, con luz y taquígrafos y en el marco de solemnidad institucional del Congreso de los Diputados ... con una representación de la izquierda abertzale que comanda EH Bildu, la marca con la que regresó a la legalidad constitucional y con la que ha ido ganando posiciones –hacia la normalidad política y en la competencia electoral, singularmente con el PNV– en la etapa post-ETA. Otros jefes del Gobierno mantuvieron contactos a través de intermediarios con el mundo vinculado al terrorismo en busca de ponerle fin y José Luis Rodríguez Zapatero, bajo cuyo mandato la organización bajó la persiana, celebró una comida privada con Arnaldo Otegi estando ya fuera de la Moncloa. Sánchez es el primer presidente que ha podido desarrollar su legislatura con ETA desarmada y felizmente disuelta, una conquista colectiva que corresponde a los 853 asesinados y sus familias y a todos los superviventes que fueron agredidos, amenazados y chantajeados; y que responde a la impagable entrega vital de todos los que se jugaron la piel para que pudiéramos alcanzar aquel conmovedor 20 de octubre de 2011 –este viernes se cumplen 12 años– en el que los terroristas dejaron de matar. Sánchez es, también, el primer presidente en sostener la gobernabilidad de España sobre partidos que no se sienten vinculados a ella. En el caso de EH Bildu, el mandatario socialista no puede sustraerse a los riesgos, en términos de vindicación y preservación de lo que significó ETA, que implica naturalizar acríticamente las alianzas con una izquierda abertzale no solo renuente a apostatar de su pasado connivente con el terror, sino que encuentra en su paulatina homologación como interlocutor, clave además, el incentivo inesperado para sacudirse presiones y sortear la obligada revisión de una historia de violencia cuyas irreparables consecuencias aún duelen. El terror no solo no derrocó la democracia: es su grandeza la que permite a Bildu desenvolverse hoy con la normalidad con que lo hace. Pero la verdad de tanto padecimiento, la distinción nítida entre víctimas y verdugos y la extensión de un paraguas de recuerdo y valores cívicos que sea asidero moral para los ciudadanos del presente y del futuro exigen de este Gobierno un discurso y una política de memoria más audibles que su entendimiento con la izquierda abertzale.

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