El hecho de que, después de 27 meses del comienzo de la invasión de Ucrania a gran escala, Vladímir Putin remodele su Gobierno en busca de una guerra más eficaz solo confirma el exceso de confianza con el que el líder ruso lanzó su «operación ... militar especial». La determinación de los ucranianos para recuperar la integridad de su país tiene empantanado al Kremlin en una campaña que absorbe ya casi un tercio del presupuesto y en una gestión minada por la corrupción. El desplazamiento de Serguéi Shoigú, querido camarada, desde el Ministerio de Defensa al Consejo de Seguridad no respondería tanto a una insatisfacción con los avances en el frente cuanto a las irregularidades en el suministro de armas y el abastecimiento de las tropas, que ya ha llevado a la cárcel a la mano derecha de Shoigú. Al nuevo titular de la cartera, el economista y civil Andréi Beloúsov, el presidente –que supervisará directamente la logística del ejército– le encomienda optimizar el gasto e impulsar la innovación tecnológica. En vísperas de visitar en Pekín a su gran patrocinador, el líder del Kremlin se ve forzado a afrontar con más rigor el largo conflicto al que ha condenado al mundo.
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