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Pobres salimos el viernes, después de comprobar en la lista los números de la lotería de Navidad. Y un poco más pobre salió también el Estado, a pesar de la recaudación de tantos y tan generosos contribuyentes voluntarios, tras hacer las cuentas del crecimiento exiguo ... del producto interior bruto: un frenazo que amenaza con que nos quedemos este último trimestre más tiesos y más cerca del cero que los termómetros bajo la niebla. Pobres, fanés y descangayados, casi como la flaca del tango de Gardel. Pero eso sí, con las brillantes imágenes de la concordia en la retina, tras las reuniones de fraternidad navideña del presidente del Gobierno, respectivamente con el presidente de Cataluña y con el jefe de la oposición.
En Barcelona, más y más discriminación positiva para la comunidad autónoma catalana frente al resto del país. Y la amenaza del coco del referéndum (¿susto o muerte?) como acicate del trágala de otros males menores: llámese la tramitación de la amnistía o el levantamiento del coto para poder cazar a tiros a los jueces del procés, desde el Congreso de los Diputados. ¡Ah sí! y el traspaso autonómico de la pobreza de los pobres, con la gestión regional del salario mínimo de integración. Pobres y desintegrados, sí. Pero a partir de ahora con la posibilidad de rellenar la solicitud y de que se la denieguen en catalán. Avanzamos.
Y en Madrid, algo menos de euforia. A falta de champán, un libro de Muñoz Molina (no está mal) como preces de Navidad. Y un placebo: el acuerdo escrito para cambiar en el artículo 49 de la Constitución la expresión «disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos» por «discapacitados». Justo ahora, que el uso de la palabra discapacitados ha dejado de ser recomendada en favor del eufemismo «de diferentes capacidades». Oportunidad perdida. Apenas un atisbo europeo de esperanza sobre el CGPJ. Nada sobre la venta de Telefónica en almoneda. Y del caso de Navarra, ni Pamplona. Morralla de corrección política en plena apoteosis de la fiesta de la destrucción de la semántica. Disminuidos, sí. Y discapacitados también para eso que deberían ser las razones de Estado frente a la moral de circunstancias.
¡Qué nuevo papelón del campeón mundial del perder ganando frente al líder planetario del ganar perdiendo! Triste estampa de un misterio navideño en el que solo faltaba el niño enfermo de la democracia entre los dos. Porque de mula y de buey ya hicieron, aunque no se les vea en la foto, los presidentes respectivos del Real Madrid y del Fútbol Club Barcelona, que esos sí que descorcharon botellas de champán (francés) ante la decisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea: sacar definitivamente al fútbol de la lista de los deportes para incluirlo en la de los recursos, con bonificación fiscal, de los estados en riesgo financiero. Y para Herodes ya tenemos a Netanyahu, que ha conseguido levantar una ola de antisemitismo peor que en los tiempos de los pogromos de 1391.
«Este encuentro me ha hecho tanto mal / que si lo pienso más termino envenenao. / Esta noche me emborracho bien, / me mamo bien mamao pa' no pensar», que decía también en el tango de Gardel, en auxilio de Feijoo. No será para tanto, pensando en la Nochebuena. O sí, mientras la imagen de nuestras epifanías, con caballeros de corbata y terno azul (más claro, más oscuro), dándose una mano de madera, tenga como coro de pastores a la pléyade de pobres sin ovejas que esta noche van a dormir entre cartones en las calles de Madrid o de Barcelona. Y como música de fondo, las baterías de Hamás y los bombardeos de Israel, sumado niños muertos como el que suma bolas, luces o estrellas en los árboles de Navidad de nuestras ciudades. Dulce acomodo de la conciencia. No hay infelicidad completa.
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