Su ejercicio autoritario del poder obliga a Recep Tayyip Erdogan a considerar enteramente suya la derrota de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) en las municipales de Turquía. El peor desastre en las urnas en dos décadas deriva de una crisis económica que castiga a las familias con una inflación del 67% en febrero y de una deficiente gestión de los servicios públicos evidenciada con crudeza en el terremoto del año pasado. A estas poderosas razones para dar la espalda a la formación islamista conservadora, incluso en reductos tradicionales como Anatolia o entre los jóvenes de la diáspora europea, se añade la opción del líder turco por candidatos locales con tan escaso carisma que no le hacen sombra pero tampoco cautivan al electorado. El opositor Partido Republicano del Pueblo (CHP) no solo aventaja en más de dos puntos a la fuerza gobernante, sino que se consolida en seis de las grandes ciudades. Desde Estambul –16 millones de habitantes, más que Portugal–, su reelegido alcalde Ekrem Imamoglu reclama ya un lugar en la carrera presidencial de 2028. Una cita a la que Erdogan solo podría concurrir con una reforma constitucional que no parece en situación de intentar.
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