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Los atentados del 11-M, la mayor masacre perpetrada en Europa, dejó una profunda herida en nuestro tejido social que ha cicatrizado veinte años después, pero de la que aún queda una huella difícil de borrar. La explosión de las bombas colocadas por una célula ... de Al Qaeda en cuatro trenes de Cercanías de Madrid en hora punta, que se saldó con 192 muertos y 1.857 heridos, sacudió a un país acostumbrado al terrorismo de ETA y que de pronto se vio en el punto de mira de un nuevo y poderoso enemigo: un fundamentalismo islámico envenenado por un doble fanatismo religioso y político, obsesionado con imponer su desquiciada visión del mundo y amenazante para todos aquellos que no la comparten. El mismo que el 11 de septiembre de 2001 sembró el pánico en todo el planeta al derribar las Torres Gemelas de Nueva York en una exhibición de su capacidad asesina y que luego volvió a hacerlo en París, Londres o Barcelona.
La brutal matanza fue posible, entre otros motivos, porque unos servicios antiterroristas y una legislación muy eficaces contra ETA no estaban preparados para combatir el yihadismo –con características muy singulares como la predisposición a inmolarse o las redes de adoctrinamiento–, que no era percibido como un peligro inminente. Pero, aunque puedan existir fallos de prevención o de otra índole, los únicos culpables de los atentados son quienes los perpetran. El controvertido apoyo del Gobierno de Aznar a la guerra en Irak con argumentos que se revelaron falsos y contra la opinión mayoritaria de la sociedad pudo situar a España en el foco de Al Qaeda, pero sería una indignidad hacerle responsable del 11-M. Lo fue de atribuírselo por intereses partidistas a ETA cuando ya existían indicios de su origen islamista, una enorme torpeza que costó al PP una inesperada derrota en las urnas tres días después. Y de alentar con algunos medios una delirante 'teoría de la conspiración' en ese sentido, basada en patrañas de las que se desprendía que la masacre formaba parte poco menos que de un golpe de Estado para llevar al PSOE al Ejecutivo.
Todo ello abrió una enorme sima de desconfianza entre los dos grandes partidos que no ha hecho sino ensancharse desde entonces hasta derivar en el irrespirable clima de confrontación actual. España cubrió en un tiempo récord sus carencias frente al yihadismo y se ha anotado notables éxitos en ese terreno. Le queda por avanzar en la normalización política que saltó por los aires el 11-M.
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