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La despedida sencilla que dejó estipulada Jorge Mario Bergoglio, con entierro en Santa María la Mayor y la sola inscripción de su nombre en latín en el ataúd de pino, cederá paso el sábado al ritual solemne y magnífico con el que la Iglesia católica dirá adiós al que fue su líder durante los últimos doce años. La opción de participar en una ceremonia que reunirá a medio millón de fieles, según las previsiones oficiales, resulta irresistible para el poder político y religioso. Decenas de jefes de Estado y de gobierno –Felipe VI presidirá la delegación española– y representantes de confesiones compartirán el funeral en la plaza de San Pedro. Allí convivirá la franca admiración por la trayectoria del Papa fallecido con presencias estridentes. Después de acudir a la reinauguración de Notre Dame, Donald Trump confirma su gusto por los fastos eclesiásticos al viajar a Roma, pese al abismo que le separa de Francisco en la atención a la inmigración, entre otros asuntos. Otro tanto puede decirse de Javier Milei, que reconoce con un luto nacional de siete días al compatriota argentino al que no pudo demostrar más desapego en vida.
La jerarquía de la Iglesia católica, a cargo de 1.400 millones de creyentes en todo el mundo, está obligada a dotar de contenido a este periodo de 'sede vacante'. La muerte del Papa proporciona una espectacular proyección al sumarse el interés sincero de los más concernidos y la curiosidad de los ajenos a la fe, aunque no al legado de un pontífice que sobresalió por su mensaje de esperanza e integración para todos aquellos a los que este mundo turbulento está dejando atrás. Y clamó, también en sus últimas horas de vida, por el fin de los conflictos armados.
A partir de la primera semana de mayo, previsiblemente, toda la atención se volverá hacia el cónclave. Un encuentro de 133 cardenales, en su gran mayoría nombrados por Francisco, elegirá a su sucesor. Una circunstancia que no determina una continuidad absoluta en el próximo papado. Muchos de los problemas con los que tuvo que lidiar el pontífice –la atención a las víctimas de la pederastia o un mayor papel para las mujeres, entre otros– aguardan al próximo. Por anteriores episodios se sabe que la desinformación opera entre los reunidos en la Capilla Sixtina. Seguramente no en el mismo grado que la que ya circula por las redes sociales desde ámbitos ultraconservadores que aguardan una suerte de revancha con la próxima fumata blanca.
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