El Mundial de fútbol femenino inaugurado ayer representa una magnífica plataforma para imprimir un nuevo impulso a una especialidad que registra un incesante aumento de aficionados y de patrocinadores, lo que le ha permitido adquirir un protagonismo insospechado hace unos pocos años. El torneo ... que se celebra en Australia y Nueva Zelanda será la competición deportiva de mujeres con mayor asistencia de la historia –se han vendido más de un millón de entradas– y tendrá una audiencia estimada de 2.000 millones de espectadores en los 189 países en los que han sido comercializados sus derechos de televisión. Esas cifras confirman el creciente interés que despierta el balompié femenino, empujado por el alto nivel adquirido por las selecciones y clubes de élite, su profesionalización –aún en mantillas en países como el nuestro– y el aumento de recursos destinados a él. Su expansión, también visible en las calles, representa una metáfora de la paulatino acceso de las mujeres a terrenos que le parecían vedados, aunque todavía tiene un amplio recorrido por delante y está lejos de constituir el fenómeno de masas y el multimillonario negocio que supone el fútbol masculino.
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