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El peculiar intento de asonada en Bolivia a cargo de un jefe militar, Juan José Zúñiga, destituido la víspera y al que le fallaron «los refuerzos», se saldó en apenas tres horas y no produjo víctimas. Pero revela el momento crítico que atraviesa el país andino a un año de las elecciones presidenciales. El mandatario Luis Arce es del mismo partido, el Movimiento al Socialismo, que Evo Morales, pero su antigua etapa de colaboración en el poder se ha convertido en enfrentamiento abierto. El presidente, en minoría parlamentaria y con popularidad a la baja, se ve incapaz de revertir la grave crisis económica derivada de la caída de ingresos por la baja producción gasística. La pérdida de la principal fuente de divisas reduce las importaciones de combustible y la disponibilidad de dólares, lo que ya provoca protestas de poderosos gremios como los comerciantes o los transportistas. El rápido fracaso del golpe y el hecho de que enfrentara en persona a Zúñiga pueden favorecer a Arce en las urnas, al igual que el masivo respaldo internacional, con estruendoso silencio de Milei. Pero no bastarán para garantizar la democracia si la inestabilidad se cronifica y depara nuevos sobresaltos.
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