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Tras el relevo del primer ministro más fugaz –tres meses duró Michel Barnier– que ha acentuado el desgaste de Emmanuel Macron, el centrista François Bayrou ha recibido el encargo de formar un Gobierno que amplíe la base de apoyos del anterior y corrija la aguda inestabilidad que sufre Francia. El presidente ha optado por un dirigente con capacidad de ejercer de bisagra entre la derecha y la izquierda, y que intentará armar una mayoría que solo excluya a los extremos de ambos bandos y pueda sobrevivir a las mociones de censura ya anunciadas. Macron se ha anotado una baza con la salida de los socialistas del Nuevo Frente Popular. Pero las contradicciones entre los partidos del bloque moderado que aspira a construir siembran dudas sobre la fortaleza del futuro Ejecutivo, que deberá asumir un severo recorte del gasto para sanear las cuentas públicas y dispondrá, en su caso, de una mayoría parlamentaria ajustada y cogida con alfileres. El presidente, abiertamente cuestionado por la ciudadanía y sin poder convocar elecciones hasta junio, no solo se ha quedado sin margen de error, sino que la altanería con la que ha aplicado sus amplios poderes amenaza con conducir a una crisis a la V República.
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