![El loco y su pena](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/11/30/100228347-kZVH-U210880708608Io-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Según una antigua máxima «el loco por la pena es cuerdo». Su recuerdo nos anima a no quitar ojo de los aforismos llamados de proverbial sabiduría, sobre todo porque han superado la prueba del tiempo y permanecen incólumes en la conciencia. Lo único que va ... cambiando con los años es la intensidad o los detalles que muestran. Hoy, por ejemplo, el viejo aforismo que asocia al loco con la pena permite destacar dos coloraciones distintas: la de la pena entendida como castigo o la enfocada como tribulación y tristeza.
Respecto a la primera, al loco le sienta bien la condena. Le presta el alivio del escarmiento e, indirectamente, le concede el derecho a la responsabilidad. De hecho, no hay mayor muestra de respeto con un loco que reconocerle la autoría de serlo. Para cederle esa cota de dignidad necesitamos aceptarle como ciudadano responsable de sus decisiones, incluida, si llega al caso, su afición algo extraña a delirar o a desentenderse de la sociedad. El loco es responsable de sus delirios y de su soledad, y cuando le admitimos en cuanto que loco y damos paso a la pena o penitencia que le corresponde, su salud y su grado de sufrimiento van a mejorar.
Pero, junto a la culpa que le impone la norma social, está la imprescindible absolución que todo pecado lleva aparejado. La reparación que no se le niega al pecador supuestamente cuerdo tampoco se le puede negar al loco porque su racionalidad sea distinta o más rara. Solo un sujeto responsable es merecedor de perdón, y negárselo al loco es una crueldad innecesaria que nace de nuestra cobardía y del temor que nos inspira su modo de ser. El loco necesita indulgencia y absolución como todos los demás.
Por otra parte, la tristeza, ese segundo sentido de la pena, le devuelve al reino de lo común. La tristeza es la atmósfera necesaria para el buen uso de la razón. Siempre que se trate de una tristeza moderada, no excesiva, subdepresiva, que no ahogue ni trunque los ideales de la acción. Así que cuando un loco nos cuenta su angustia y su dolor, su impotencia y su sufrimiento, nos parece que abre sus puertas a todos los ciudadanos y les invita a que acepten su rareza, su particularidad y su inusual modo de vida.
Se dice que la muerte nos mide a todos por el mismo rasero, lo cual no es cierto del todo, pues hay muertes justas e injustas, naturales e inmerecidas, pero la tristeza, a su abatido modo, también nivela a todas las personas. Los latidos de la soledad nos acompañan a todos, sin distinguir raza, clase, cordura o edad. La tristeza nos ennoblece y justifica. La pérdida, la nostalgia, el silencio y el paso del tiempo nos sostienen y nos devuelven a la humanidad.
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