Aquellos días, cuando era joven, junio olía a jazmines en mi cuna del sur. Yo, sin embargo, tenía frío. Los libros subrayados con cuatro colores, la piel tersa, la cara angulosa.

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Luego pasó lo que pasó, que algún profesor nos mintió y no nos preparó ... tan bien; que tiramos de recursos. Que algún vigilante nos vio tiernos y nos solucionó la traducción de 'La guerra de las Galias'. También que hablé de García Lorca mejor que Gibson, que en el Inglés Dios me vino a ver hacia lo alto. En suma, que el miedo se fue cuando ya, en el barro, aprendí que el futuro tampoco se decide ahí. Que siempre hay una oportunidad. Que cuando la buena profesora de Lengua tenía una sonrisa calma y beatífica, lo hacía porque estaba en lo cierto.

Estudiaba en el lugar de la temida/no temida EBAU, que en mis tiempos era la Selectividad. Alguna elección reciente habría, pues me acuerdo de escribir esquemas de Historia en el reverso de unas papeletas electorales que alguien se olvidó de llevar a reciclar. Recuerdo también que cuando terminaba el estudio me iba a un asador de pollos a picar patatas, que eso me relajaba. Allí me daban un refresco y que así me fui preparando. Ahora yo ya no temo a la Selectividad, pero sí sueño con que estoy en el colegio, en la Secundaria, con las tortas de Química, con el Dibujo Técnico que se ve que me ha hecho mucha falta en mi vida...

Viene toda esta remembranza porque la prueba de acceso a la universidad, cuando se abra el verano, será un recuerdo feliz. Ya no habrá tanta 'jindama' hasta unas oposiciones. Valorar el saber no se valora, pero no descubro nada nuevo.

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Ay...

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