La venganza de Israel por los crímenes terroristas de Hamás del 7-O ya no quiere saber de líneas rojas. A los 42.000 muertos en medio de la devastación de Gaza y las continuas incursiones en Cisjordania se suman en las últimas semanas la invasión del sur de Líbano, los bombardeos en el centro de Beirut y el hostigamiento armado a la misión de la ONU para expulsar de la frontera a sus 10.000 efectivos, liderados por un teniente coronel español y entre los que figuran casi 700 militares de nuestro país. Ni la petición previa a las fuerzas de Naciones Unidas para que abandonen la tarea encomendada por el Consejo de Seguridad ni los dos ataques en días consecutivos a sus puestos –que han causado cuatro heridos– pueden verse amparados por el «derecho a la defensa» de los israelíes, abiertamente lanzados a ejecutar sus planes sin testigos. La contundente protesta diplomática de países con tropas en la Finul, como España o Italia, no surtirá efecto alguno hasta que prospere un frente unido en la Unión Europea y Estados Unidos convierta su retórica «preocupación» en hechos que obliguen al Gobierno de Netanyahu a reconsiderar su desprecio por el derecho internacional.
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