Malí, Burkina Faso y ahora Níger. El golpe contra el presidente nigerino, Mohamed Bazoum, halló terreno abonado en una historia de cuatro alzamientos en 73 años de existencia. Y en un Estado acosado por un empeoramiento de la economía y la corrupción contra el que se vio impotente la agenda de regeneración del mandatario depuesto. El general Abdouramane Tiani pasa de liderar la Guardia presidencial a encabezar el consejo que ha suspendido las instituciones, impuesto el toque de queda y cerrado las fronteras. Y que trata de camuflar la incapacidad de los militares para afrontar el acoso de Al-Qaida y Estado Islámico. La involución campa por el Sahel y alcanza al que EE UU y la Unión Europea presentaban como aliado en la lucha contra el yihadismo y en la tarea de contener la inmigración ilegal, que llega a derivar en el abandono de miles de desgraciados en el desierto. La nueva situación en Níger inquieta a Occidente porque no es difícil vislumbrar la larga mano de Rusia y su milicia Wagner. Y resulta particularmente incómoda para Francia, antigua potencia colonial y dependiente para sus centrales nucleares de uno de los mayores productores de uranio.
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