En estado de guerra

La operación de Hamás fue la más deliberada de la historia reciente, dada su complejidad y la utilización de una ingente cantidad de medios humanos para actuar sobre suelo israelí, una prolija red de informadores y cientos de cohetes dirigidos a convertir el sabatt de ayer en un auténtico seísmo. La probable existencia de numerosas personas secuestradas por grupos indeterminados añade un inusitado dramatismo a tan repentina crisis, que podría mantenerse en el tiempo a cuenta del canje de prisioneros resultante. La confianza mostrada tanto por Benjamin Netanyahu como por el titular de Defensa, Yoav Gallant, en que «Israel ganará esta guerra» atiende a su abrumadora superioridad militar frente a esporádicas incursiones del extremismo palestino. Aunque ayer pareciera que se sumaban todas las posibles. Con la presencia de comandos de la Yihad Islámica sobre el terreno, y la amenaza que el alineamiento de Hezbollah con la operación denominada 'Diluvio de Al Aqsa' puede representar desde Líbano. A la espera de que Cisjordania se mantenga bajo control de la Autoridad Palestina.

Pero aunque las urgencias del momento obliguen a todos los israelíes a movilizarse para evitar algo aún peor, hay otro desafío más importante dentro de Israel que es el de la cohesión que todo país requiere para que sus ciudadanos puedan depositar su confianza en el Estado del que forman parte. El conflicto palestino-israelí afloró de nuevo ayer cuando el reconocimiento del Estado de Israel se abría paso entre los países árabes. Esa cohesión es imprescindible para contenerse en la escalada que pretende Hamás.